martes, 24 de junio de 2008

Zapatitos violetas


Hace más de diez años que los tengo pero sólo los saco en invierno así que no parece que tengan tanto uso. Ahora que el violeta está de moda, es como si me los hubiera comprado esta temporada. Pero no, como dije antes, ellos ya tienen sus kilómetros.

En sus primeras épocas la pasaron muy bien, conocieron varios países y se lucieron en los mejores restaurantes. Allá por el 2000 se enterraron en el barro de la puerta de Grisú -un boliche de Bariloche-, y después de ese mal trago les costó volver a la ruta. Sin embargo acá están, de pie y hoy siguen caminando las calles porteñas.

Voy a poner una fecha totalmente arbitraria porque no recuerdo exactamente en qué año los compré, pero voy a decir que fue en 1997. Los zapatos más lindos del mundo se me presentaron en una revista. ¡Qué belleza! Toda la vida esperé tener un calzado así y la posibilidad estaba muy cerca, sólo tenía que pedirles a mis padres que me los compraran. En el fondo y en la superficie soy una niña bien.

Lo pedí como regalo de cumpleaños (debo tener algo con el calzado, en los últimos tres cumples pedí botas-zapatillas-botas). Entonces fuimos con mi padre a un Grimoldi -creo que el del Paseo Alcorta- y ahí me enteré cómo era la joda: se hacían por encargo. Como eran colores poco tradicionales -también me probé unos fucsia que intentaron meterse en la pelea-, los señores de Hush Puppies no se animaban con grandes partidas.

“Bueno”, dije un poco triste porque me los quería llevar puestos. Como no quedaba otra, los reservé, mi papá los señó y me dijeron que llamara por teléfono al mes que iban a estar listos.

Conté los 30 días como si de una huelga de hambre se tratase y llamé. La respuesta fue que no estaban, que de hecho no se hacían más y que pasara a retirar el dinero.

La desilusión y la frustración me invadieron. Había estado así de cerca de tener los zapatos más lindos del mundo pero sin embargo me había quedado con las ganas.

Derrotada, cabizbaja fui al local a buscar la seña y la chica que me atendió miró bien la factura, buscó en el depósito y encontró una caja con mi pedido. Los zapatos violetas estaban ahí, eran talle 38, ¡me los habían hecho!

Mis zapatos violetas son lo más. Me acuerdo que un profesor del terciario me llamaba “Zapatitos violetas”. Como soy muy tímida, me daba un poco de vergüenza y no me los ponía tan seguido como me hubiese gustado. Este invierno, en cambio, me cuesta sacármelos. Incluso me compré una campera al tono pensando en ellos.

1 comentario:

Princesa Turquesa dijo...

Hace unos 15 días me compré unos zapatitos violetas; como de charol, con 1 hebilla plateada y tan empinados que los deditos se chocan con la parte de adelante y se me ampollan de sólo probarlos...pero divinos!!!; brindaron con las chicas x el día del amigo y lloraron de risa con el gordo Casero, así que supongo que nos llevaremos muy bien.

pd: yo tengo 2(dos!!!) pares de zapatitos fucsia de Grimoldi, así que no estás sola en esa dirección...