lunes, 1 de diciembre de 2008

El subte y el placer


He leído varios blogs en los que la gente se queja de la travesía que implica viajar en subte. Que el calor, que vamos todos amuchonados, que el sudor, que el aliento a ayuno, alcohol o provenzal…

Yo también lo sufro pero no todo es negativo. De vez en cuando el subte nos da una alegría y lo que era una travesía molesta, incómoda, se puede convertir en un viaje del mayor de los placeres.

El otro día estaba en la línea A totalmente desprevenida, pensando en nada, sólo esperando que llegara la estación Lima para combinar con la C. Uno de esos momentos muertos del día en los que no pasa nada. Hasta que pasa. A mí me despabiló una brisa suave y fresca. De repente sentí muy cerca de mí un perfume familiar que me enloquece. Cerré los ojos, inspiré profundo y sonreí. Ese aroma dulce, sensual, equilibrado, ese perfume exquisito, estaba otra vez conmigo.

Me ilusioné, me dejé llevar y completamente extasiada intenté identificar al hombre que destilaba ese olor. No fue fácil, sobre todo porque lo tenía que hacer con disimulo y es bastante complicado inspirar profundamente y pasar desapercibida al mismo tiempo. Pero logré ubicarlo y aunque no era el esperado, a partir de allí el viaje se volvió infinitamente placentero.

Casualidad o no, él se bajó en Lima y yo apuré el paso para no perderme ni una pizquita de su perfume. Su estela me guió por el andén, por las escaleras, por el pasillo, hasta que el destino nos separó. El se fue para Retiro y yo para Constitución.

domingo, 16 de noviembre de 2008

La noche de anoche


Fue la noche de los museos. Un evento que combina arte, música, gente y esa placentera sensación que tenemos cuando vamos a muchos lugares y no ponemos un peso. Ni siquiera para el traslado. Fue raro, por ejemplo, subirse a un colectivo, mostrar el “free pass” de la noche de los museos y que el colectivero se vistiera de patova para decirte: “Está bien, pasá”.

Vi cosas raras, algunas en la Torre monumental, unos clips muy buenos en la Plaza San Martín en una pantalla inflable que flameaba por el viento que soplaba fuerte. Porque a pesar de que hace 15 días que la temperatura promedio a la noche era de 27 grados, ayer, con miles de espectáculos al aire libre, la temperatura bajó como 10 grados. La noche de los museos fue la noche del frío.

Había contrastes, esos contrastes de toda gran ciudad. Gente que iba especialmente a ver un video a la Plaza San Martín, gente que pasaba por ahí y preguntaba de qué se trataba todo eso, gente que puteaba porque no se había enterado de que era la noche de los museos y ya había armado otro plan, gente que se sacaba fotos con la pantalla inflable de fondo, gente que gritaba desaforadamente “¿y el golden dónde está?” desde un trencito de la alegría…

En el Museo Quinquela Martín de La Boca había gente que comía unas empanadas de pollo o un pancho con mostaza mientras la guía contaba: “Fíjense cómo quería Quinquela al barrio, que cuando un señor muy importante llamado Benito Mussolini le quiso comprar una pintura con un cheque en blanco, Quinquela le dijo: ‘Este cuadro se hizo en La Boca y va a morir en La Boca’”.

Yo no soy tan fiel como Quinquela, nací en La Boca pero al menos ayer morí en Barracas antes de las dos de la mañana dura por el frío y pasada de cansancio.

sábado, 4 de octubre de 2008

Felipe y la fábrica de chocolate


Mi nuevo laburo queda a la vuelta de una famosísima marca de chocolates, golosinas y demás productos alimenticios. Esta empresa es la culpable, entre otras cosas, de confeccionar la perfección en un mínimo cuadradito (marroc), unir romanticismo y cursilería sin generar náuseas (dos corazones), sorprender siempre con algún objeto de plástico pedorro (jack), o remontar el peor aliento de provenzal (las famosas refresco).

Además de estas delicias de chocolate, la fábrica tiene barritas de cereal, de proteínas (promocionadas por Omar Borrelli, un tipo supermúsculoso que es la cara del producto), chocolate dietético, caramelos y una gran variedad de opciones para las pascuas.

Había pasado varias veces por ahí pero no fue hasta que un día caminando con mi amiga Ay, ella me hizo ver algo muy gracioso. La fábrica Felfort debe su nombre al que -estimo- habrá sido su mentor: Felipe. Felipe no es otro que Felipe Fort. Pero ahora resulta que Felipe no fue pionero en esto de unir nombres como marca, parece que ya hace mucho tiempo Adi Dassler fundó Adidas, SanCor salió de la conjunción entre Santa Fe y Córdoba, y Mercedes fue la hija del Sr. Benz.

A pesar de que Felipe no haya sido un precursor, para mí sigue siendo el más original. Y no lo digo por el nombre de su fábrica, sino por haber sido el creador del chocolate más rico del mundo: el marroc.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Cosas que te hacen feliz III


Sigo con esto de “hacerla bien”. Hace más o menos un mes fui feliz. Otra vez. Desde que escribo en el blog me doy cuenta de que tengo más momentos felices de los que pensaba. Ya voy por el tercero.

Un domingo caminé hasta el Espacio Ecléctico en San Telmo y entré a la Feria de libros de fotos de autor. De esa casa vieja pero reciclada no tengo los mejores recuerdos, hace unos años en una fiesta me robaron la billetera, lo que se tradujo en trámites y más trámites para recobrar todas las tarjetas plásticas. Sin embargo ese domingo todo fue distinto, en el mismo salón del robo disfruté desde que llegué hasta que me fui.

La feria está dividida en varios sectores, los libros -en su mayoría son ediciones artesanales- se ordenan por Biodramas, Documentales, Eróticos, Estudios, Experimentales y Viajes.

Se hace imposible ver todos los libros en un día, por eso el año que viene iré por lo menos dos veces. De esta visita me gustaron muchos libros pero me quedo con una idea que me pareció fabulosa. Quizá porque soy bien porteña, porque me encantan los planos y las guías T, las calles, los barrios, los medios de transporte público, en definitiva, lo urbano.

Se llamaba “Mapas mentales de Buenos Aires”, una idea de Lorena Vivent Barahona, que consistió en pedirle a personas de su barrio y amigos que dibujaran un planito de la ciudad. Lorena buscó y encontró de todo. Desde algunos que se negaron a dibujar, otros que apenas se animaron con la silueta de la ciudad, algunos muy expresivos dando muestras de todo lo malo de Buenos Aires... Había páginas -el soporte elegido fue papel de molde de sastre que es finito y frágil- sin aire con mapitas superproducidos llenos de símbolos, frases y dibujitos; otros mucho más simples con enormes vacíos que igualmente transmitían muchas cosas.

Al final, la autora proponía que el lector que así lo quisiera, dibujase su propio mapa mental. En el momento no me animé porque quería usar el tiempo para seguir hojeando libros y porque me sentía observada por unos turistas colombianos -estimo- que tenía al ladito.

Pero ahora quiero mostrar mi mapa mental, que obviamente es de mi barrio y que dibujé con mucho entusiasmo, mucho amor y poquísimo talento.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Cosas que te hacen feliz III (intro)


Tardé más de la cuenta y más de lo que me hubiera gustado en escribir esto porque lo quería hacer bien. A veces me gusta hacerla completa. Por ejemplo hace una semana quería comer guacamole, pero un guacamole bien. Uno que reuniera todos y cada uno de los ingredientes: palta madura, locoto (es un ají picante como un putaparió o “el de la mala palabra”), tomate, cebolla, aceite de oliva (sólo unas gotitas), pimentón dulce español, ketchup picante, sal y... la figurita difícil: cilantro. Esos pequeños yuyitos verdes que se parecen al perejil pero ni se comparan en sabor son casi unas hierbitas gourmet en mi barrio.
Cerca de casa es difícil conseguir y algo que me indigna es que Victoria, la verdulera de la esquina no tenga. Sólo por el hecho de ser boliviana debería tener y no de vez en cuando, sino siempre. Es que los bolivianos están acostumbrados a comer cilantro seguido, quizá no tanto como los peruanos o los mexicanos pero lo tienen bastante incorporado a sus platos. Y todas las bolivianas que venden en la calle tienen cilantro, no lo tienen a la vista pero si les pedís, buscan hasta que encuentran los ramilletes en un bolsita que está adentro de otra, y otra, y otra (no sé porqué tienen tantas bolsitas).

Como Victoria no tiene, hay que fijarse en el Josimar -el súper- que es una lotería: a veces está, otras no. Y sino, probar suerte en las verdulerías del derredor que evidentemente nunca se enteraron de que el cilantro existe. Yo ya voy con desconfianza, como sabiendo lo que me espera:
-Hola, por casualidad no tenés cilantro, ¿no?
-¿Qué cosa?
-Cilantro...
-No, nena, esas cosas no tenemos nosotros.


Y el diálogo se repite. Hasta que pruebo en los chinos -no sé si son chinos pero orientales, seguro- y la chinita divina que siempre tiene una sonrisa, me mira y me dice:

-¿Cilantlo? Jaja, justo quedó un paquele.


Y se va lejos, a la cámara o al depósito de donde los chinitos sacan las verduras más delicadas y me trae un ramito hermoso, bien verde, bien aromático, bien rico. Es cierto, me costó, perdí bastante tiempo, di muchas vueltas, me cansé de preguntar siempre lo mismo y oír la misma respuesta pero conseguí lo que buscaba y pude hacerme un guacamole como la gente, como me gusta a mí. Y como dice mi hermano, saboreé el guacamole “más rico del mundo”.

Como este ejemplo se extendió demasiado, decidí postear el texto que remite a “Cosas que te hacen feliz III” en una segunda entrega que viene a continuación. Es como el “continuará” de las novelas de los ochenta o el “to be continued” de las sagas de pelis hollywoodenses.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Hipólito y Paula

Ahora pertenezco a ese grupo de jóvenes independientes que trabajan, se mantienen, salen, intentan hacer deporte, estudian, son consumidores de bienes culturales y por si fuera poco, se les canta ir a terapia. Porque no se dice ir al psicólogo (yo sí porque todavía no estoy en la onda); nosotros los que necesitamos que un “profesional” nos escuche (como si no alcanzara con la cantidad de oídos que taladramos diariamente), decimos: “Voy a terapia”.

Y bueno, yo también caí en la joda. ¡Y cómo caí! Estoy atrapada en las garras de Hipólito que ayer se posó sobre mi falda y me pidió unas caricias que yo brindé con cariño. Sí, un gato y yo unidos en el consultorio-casa de Paula, mi psicóloga y la dueña del gato. “Hipólito es un seductor -me adelantó ella-, nadie se le resiste. Mirá como lo acariciás... vos que le tenías miedo”.

Pero no nos quedemos con el gato, no pasa sólo por ahí. Paula me hace sentir cómoda, me hace sentir bien. Me siento en su diván-cama y a medida que transcurre el tiempo me voy apoyando cada vez más sobre la pared, quedo semi recostada y agarro un almohadón y juego con las hilachas que sobran del cubrecama blanco de hilo -seguro que Hipólito algo tuvo que ver-. Hablo de lo que sea, me pregunta cosas, me deja pensando, me tomo mi tiempo, busco la respuesta en el placard de madera, o en el reloj de la biblioteca, en la silla antigua del escritorio o en su agenda y su celular que descansan sobre un puf. La busco y quizá no la encuentro pero sigo pensando.

Paula me dijo que si me siento triste o estoy mal, puedo recurrir a ella, que la llame, que le mande un mensaje, que le mande un mail o incluso que le escriba por MSN. Porque además de ir a la psicóloga, la tengo incorporada al Messenger. Por supuesto que nunca le hablé, pero sé que está ahí “por las dudas”.

La sesión termina y la verdad, coincido con ella, “se pasó rápido”. No sé si corresponde pero le pregunto si vive ahí, si vive sola, si además trabaja en otro lado... ¿Me puedo tomar esas licencias? Qué sé yo, pero es lo menos que puedo hacer. Paula estuvo casi una hora prestando su completa atención a la sarta de pelotudeces que dije.

Es cierto, es su trabajo y yo le pago pero igual me siento en deuda -es que cobra a mes vencido así que de mí no vio ni un peso-. Por suerte me hice amiga de Hipólito, que incluso me acompañó hasta la puerta para despedirme. “Chau Hipólito. Nos vemos la semana que viene”, me fui sonriente, contenida, querida.

La imagen me la robé de acá. Está linda la galería, pueden chusmear.

jueves, 7 de agosto de 2008

Ruidos molestos


Ocho menos cuarto suena el despertador. Antes lo ponía siete y media, ahora lo corrí quince minutitos. Total, me termino levantando a las nueve, justo cuando empieza mi horario de trabajo. De la cama a la computadora no tardo más de un segundo, es que están en el mismo ambiente.

El despertador suena y yo lo toco para que se calle pero no lo apago, entonces vuelve a avisar que ya es hora de levantarse cinco minutos después, y diez, y veinte. No me levanto, sigo entredormida en la cama.

Hasta hoy pensaba que cuando dormimos no hay peor manera de abrir los ojos que con el sonido molesto del despertador. Pero hoy cambié de opinión.

Hoy, alrededor de las ocho y cuarto, ocho y media escucho:
-Eh, flaco, ¿qué hacés?
-La concha de tu madre.

Y corridas por el techo de mi casa, después un ruido de un cuerpo que impacta violentamente sobre una base sólida, como si alguien se hubiera tirado hacia otro techo y finalmente dos disparos. Todo eso entredormida, en la cama, ya sentada por el susto, sin saber bien qué hacer.

Evidentemente después de esto no me volví a dormir pero esperé hasta las nueve para levantarme, justo cuando me tocan el timbre. Era mi vecino que me pide disculpas por despertarme y me cuenta la sucesión de los hechos.

Ahora estoy tranquila pero qué miedo. Más tarde quizá venga la policía. De vuelta, qué miedo.

viernes, 1 de agosto de 2008

Mejor no hablar de ciertas cosas


Un cazurro (que entre paréntesis están buenísimos, uno mejor que el otro, pero a mí obviamente me gusta el más maduro de los dos) me dijo que los muñecos son impunes, que cuando ellos quieren decir algo “heavy” lo mandan a hablar al muñeco. Porque un muñeco no es un actor entonces nadie le puede decir nada, ni se puede enojar. O sea, ellos no se la juegan mucho porque total para eso está el muñeco...

Hay cosas que las chicas no las podemos decir, o no está bien visto o no queda bien. Cosas que en las palabras de un masculino son graciosas u ocurrentes en la boquita de una mujer suenan pésimo.

Por ejemplo todo lo relacionado con lo escatológico. No sé si es sólo un problema de género pero la cuestión es que nos parece repulsivo y hasta a veces nos autocensuramos. Una misma se dice: “¡Qué asco!”. ¿No? Y se tapa la boca y cierra los ojos.

En el viaje de ida a Floripa la coordinadora (sí, había coordinadora porque fuimos en un tour de jubilados) se apoderó del micrófono para presentarse y hacer comentarios acerca del viaje y otras cosas... Y acá es cuando le pifió.

Hablando de la higiene del micro:
-¿Ustedes, cómo ven el micro? Está limpio, ¿no? Bueno así tiene que quedar cuando nos bajemos. ¿Por qué la gente no va a los baños de los micros? Porque dice que están sucios, pero están sucios si nosotros los ensuciamos, sino, no -y siguió-.
Con respecto al baño del micro les cuento que para mantenerlo limpio, los papeles se deben tirar al cesto y se va a lo primero y no a lo segundo. Número uno pero no número dos. Se va a Mississippi y no a Chicago (sic).

Más allá de que estuvo media hora dando vueltas sobre el temita del baño me parece que la última frase -que no había escuchado en mi vida- era innecesaria. No hacía falta tanto.

viernes, 27 de junio de 2008

Cosas que te hacen feliz II


Me compré un equipo 5.2 y me estoy volviendo loca. Recién estaba sentada en el sillón escuchando Stillness in time de Jamiroquai y no podía contener la sonrisa, se me escapaba como un anillo enjabonado. En mi caso ese signo significa: “la estoy pasando muy bien”.

No es para menos, gracias a los parlantes traseros, desde la comodidad del sillón podía escuchar con precisión el set percusivo del tema -que no es por que yo sea fan, pero es una joya-. Es difícil enfocarse en un instrumento cuando hay tantos sonando a la vez pero con mi nuevo equipo de audio, estoy más cerca de lograrlo (no digo la marca para que no piensen que es una publicidad encubierta). Creo que este 5.2 me puede llegar a hacer bastante feliz.

Tan contenta estoy que me tomé un laburo de producción minucioso para postear en este blog.

Corten
En una canción un corte puede significar mucho. Es una vuelta, otro enfoque, un cambio drástico, un golpe de timón, otra manera de encarar lo que sigue. Pueden pasar dos cosas: o que se incorpore perfecto, que encastre como la pieza de un rompecabezas, o que por el contrario quede completamente fuera de posición, flotando en el aire y se pierda. Así como un pequeño dato puede darle sentido a una nota, un corte integrado con armonía puede magnificar un tema.

Escuché atentamente algunos discos y elaboré una lista de temas con el minuto exacto en el que hacen entrada mis amigos, los cortes, que me dibujan sonrisas todos los días:

*Scam, minuto 5.02 (The return of the Space Cowboy, Jamiroquai). (La lista no está rankeada pero lejos, lejos, este es el mejor de todos)

*Blow your mind, minuto 4.37 (Emergency on planet earth, Jamiroquai). (La mejor canción de mi banda favorita)

*El ciclón, minuto 1.11 (Re, Café Tacuba)

*Trópico de cáncer, minuto 3.45 (Re, Café Tacuba)

*El metro, minuto 1.20 (Re, Café Tacuba)

*El tlatoani del barrio, minuto 2.27 (Re, Café Tacuba)

*El baile y el salón, minuto 0.57 (Re, Café Tacuba)

*El puñal y el corazón, minuto 0.54 (Re, Café Tacuba)

*Light years, minuto 1.29 (The return of the space cowboy, Jamiroquai)

*Mr. Moon, minuto 3.38 (The return of the space cowboy, Jamiroquai)

*Space cowboy, minuto 4.58 (The return of the space cowboy, Jamiroquai)

*Seen sin, minuto 3.17 (Willy Crook & funky torinos, idem). (Anoté que no aplica mucho pero el tema está tan bueno que mandé a estampar una remera con un fragmento... Acá también tenía que aparecer).

*Lite, minuto 1.50 (Willy Crook & funky torinos, idem)

*Family jam, minuto 6.00 (Willy Crook & funky torinos, idem)

*Virtual insanity, minuto 4.00 (Travelling without moving, Jamiroquai)

*High times, minuto 0.52 (Travelling without moving, Jamiroquai)

*Travelling without moving, minuto 1.00 (Travelling without moving, Jamiroquai)

*Falling, minuto 1.06 (Syncronized, Jamiroquai)

*Just another story, minuto 6.49 (The return of the space cowboy, Jamiroquai)

jueves, 26 de junio de 2008

Quinquela vive


Me encanta la obra de Benito Quinquela Martín. Me parece que con su pincel captó muy bien el aire que se respira en La Boca, me da muy porteño. De hecho me gustaría mucho tener un original en casa, pero es sólo una ilusión porque sus óleos cuestan a partir de 15 mil dólares. Para comprarme un original tendría que vender mi casa, pero entonces no tendría dónde colgarlo, así que no cierra.

La obra de Quinquela es reiterativa, siempre se ven los paisajes del puerto de La Boca, sus trabajadores, los barcos, caminito... Como la de Canaletto que siempre pintaba Venecia y sus canales, la Piazza San Marco, las góndolas y los gondolieri.


Por pura casualidad vivo a media cuadra de la calle Benito Quinquela Martín -“en mi época se llamaba Australia”, diría mi papá y otros sesentones melancólicos- y a la vuelta de mi casa, en la esquina de Quinquela e Isabel La Católica hay una obra de arte. O al menos así es como me gusta verla a mí.

Es un zapato de taco de importantes dimensiones que se suspende en el aire. Siempre pensé que la casa de la esquina era un atelier y me resultaba muy poético que en la calle Quinquela viviera un artista que había contribuido al barrio con una de sus obras plásticas. “Qué lindo gesto”, pensaba.

Hasta que hace muy poco lo entendí. El zapato gigante no está ahí por casualidad, ni es una obra de arte, ni existe ningún atelier. El zapato es el indicador de que en “Francisco”, el local de la casa de la esquina, reparan calzado.

martes, 24 de junio de 2008

Zapatitos violetas


Hace más de diez años que los tengo pero sólo los saco en invierno así que no parece que tengan tanto uso. Ahora que el violeta está de moda, es como si me los hubiera comprado esta temporada. Pero no, como dije antes, ellos ya tienen sus kilómetros.

En sus primeras épocas la pasaron muy bien, conocieron varios países y se lucieron en los mejores restaurantes. Allá por el 2000 se enterraron en el barro de la puerta de Grisú -un boliche de Bariloche-, y después de ese mal trago les costó volver a la ruta. Sin embargo acá están, de pie y hoy siguen caminando las calles porteñas.

Voy a poner una fecha totalmente arbitraria porque no recuerdo exactamente en qué año los compré, pero voy a decir que fue en 1997. Los zapatos más lindos del mundo se me presentaron en una revista. ¡Qué belleza! Toda la vida esperé tener un calzado así y la posibilidad estaba muy cerca, sólo tenía que pedirles a mis padres que me los compraran. En el fondo y en la superficie soy una niña bien.

Lo pedí como regalo de cumpleaños (debo tener algo con el calzado, en los últimos tres cumples pedí botas-zapatillas-botas). Entonces fuimos con mi padre a un Grimoldi -creo que el del Paseo Alcorta- y ahí me enteré cómo era la joda: se hacían por encargo. Como eran colores poco tradicionales -también me probé unos fucsia que intentaron meterse en la pelea-, los señores de Hush Puppies no se animaban con grandes partidas.

“Bueno”, dije un poco triste porque me los quería llevar puestos. Como no quedaba otra, los reservé, mi papá los señó y me dijeron que llamara por teléfono al mes que iban a estar listos.

Conté los 30 días como si de una huelga de hambre se tratase y llamé. La respuesta fue que no estaban, que de hecho no se hacían más y que pasara a retirar el dinero.

La desilusión y la frustración me invadieron. Había estado así de cerca de tener los zapatos más lindos del mundo pero sin embargo me había quedado con las ganas.

Derrotada, cabizbaja fui al local a buscar la seña y la chica que me atendió miró bien la factura, buscó en el depósito y encontró una caja con mi pedido. Los zapatos violetas estaban ahí, eran talle 38, ¡me los habían hecho!

Mis zapatos violetas son lo más. Me acuerdo que un profesor del terciario me llamaba “Zapatitos violetas”. Como soy muy tímida, me daba un poco de vergüenza y no me los ponía tan seguido como me hubiese gustado. Este invierno, en cambio, me cuesta sacármelos. Incluso me compré una campera al tono pensando en ellos.

martes, 17 de junio de 2008

La Ciudad más linda del mundo


¿Qué puede tener de atractivo rendir un parcial en Ciudad Universitaria un sábado a las ocho de la mañana? ¿Qué incentivo puedo encontrar para presentarme, teniendo en cuenta que no dormí la noche anterior por quedarme estudiando y que a pesar de esas nueve horas dedicadas puras y exclusivamente al acopio de información, algunos conceptos están difusos y no tengo pleno conocimiento de todos los temas?

La respuesta se divide en dos momentos: la previa, o sea el viaje y una vez allí, el aula.

Todas las veces que fui a rendir un examen de UBA 21 a Ciudad, salí con el tiempo justo. Me confiaba porque iba en auto. Entonces me quería asegurar de un buen viaje: elegía un disco -siempre me incliné por el reggae para bajar la tensión-, no me olvidaba de los anteojos -de leer y de sol- y hasta me llevaba una botellita de agua.

La última vez salí con algunas cosas más. Cargué dos bolsas con unos regalos que quería cambiar, la cartera con el cuaderno y los libros, la cámara de fotos y el amplificador del bajo que quería llevar a arreglar.

Con dificultad hice una cuadra hasta donde estaba estacionado el auto, guardé las cosas en el baúl y me metí adentro. Pero un obstáculo me impidió poner en marcha el motor. Me había olvidado de lo más importante: la llave del trabavolante.

Fue un garrón volver a casita a buscar el bendito llavero pero a la vuelta me esperaba Mimi Maura y su bella voz cantando reggae en inglés así que no me quejé tanto.

Como siempre el viaje estuvo bien bueno. El recorrido fue 9 de Julio-Libertador-Figueroa Alcorta y un mini trayecto de la autopista Cantilo que conduce a Ciudad Universitaria. En Libertador fue cuando le puse más velocidad, iba a 100. Esta vez no me dio el tiempo para ir leyendo los apuntes en los semáforos como hice en otras oportunidades. Espero que esa decisión no me cueste muy cara.

Pese a lo que muchos pueden pensar, un sábado a esas horas de la mañana Ciudad está en plenísima actividad. Hay tráfico -de autos, de colectivos y de gente- y los estacionamientos están bastante llenos.


A mí me toca rendir en el segundo piso de FADU cuyas amplias aulas se caracterizan por tener mesas anchas, enormes y banquetas altas. No sé porqué pero me encanta sentarme ahí. A veces me imagino que estoy en la barra de un bar. Y lo mejor de todo está en el paisaje: los veleros navegando sobre el Río de la Plata, el sol que se empieza a asomar y el verde que rodea a Ciudad forman la imagen que más calma me da.

Por eso después de correr los dos pisos por escalera para llegar a horario, y una vez que me entregaron el parcial, leer las consignas y vaticinar que no me va a ir bien, lo único que me queda es mirar el paisaje a través de esos enormes ventanales. Y doy las gracias de haber tomado coraje para presentarme porque esa imagen merece todo el esfuerzo, merece que yo esté ahí un sábado aunque sean las ocho de la mañana.

martes, 3 de junio de 2008

JAF not dead


Uno de los puntos donde se juntan los prefectos es debajo de la autopista Buenos Aires - La Plata en Puerto Madero. Varias veces me pararon con el auto y me pidieron todo el papelerío, que abriera el baúl, que soplara el tubito para el control de alcoholemia... Pero esta vez pasé caminando así que no me iban a detener.

Fue el domingo a la mañana y había como cinco prefectos charlando y jugando con los celulares. En realidad no era ningún juego, estaban escuchando música. ¿Cumbia, reggaeton, melódico? Bueno, no, estaban charlando con JAF de fondo. Y no cualquier canción de JAF, un domingo a la mañana en la parada de los prefectos sonaba “Maravillosa esta noche”, la versión en castellano de “Wonderful tonight” del maestro Eric Clapton.

En la primaria, vamos a decir cuando tenía diez años, los cumpleaños se hacían a la tarde. Tenían horario de comienzo y horario de fin. En las tarjetitas se leía: “Te invito a mi fiestita de cumpleaños de 16 a 20”. Se podían hacer en las casas, salones, peloteros, el Paseo de la Infanta o el Italpark.

Las fiestas de cumpleaños que se armaban en las casas eran las mejores, las más jugosas. Como había luz de día, dado el horario, se bajaban las persianas, se cerraban las cortinas, se apagaban las luces y entonces, llegaba el momento. Los lentos. En mi época sonaba mucho Guns N’ Roses, Queen, Fito Páez y por supuesto, JAF. Estamos hablando de cuando Juan Antonio Ferreyra -ex Riff- era pelilargo, usaba pantalones chupín elastizados y chaleco de cuero. “Maravillosa esta noche” era mi favorita, en lo posible me la guardaba para “apretar” con el chico de turno que más me gustaba.

Me acuerdo que Diego era el más zarpado, literalmente me apretaba muy fuerte contra su cuerpo, me hacía sentir su respiración y eso me ponía un poco nerviosa, no me gustaba mucho cuando me tocaba con él. Otros eran más serios y mantenían cierta distancia.

Ahora que voy a bailar tango (a decir verdad fui una vez sola) volví al “apriete”. Está bueno, gracias a la milonga tuve el contacto físico más cercano en mi vida con un señor de unos 70 años. Y además la música es bastante mejor, al menos no tengo que escuchar a JAF haciendo pedazos un clásico.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Asociación libre

Lo más cerca que estuve de Moscú fue cuando una tarde de sábado pisé la Iglesia Ortodoxa Rusa de San Telmo.

El edificio de cúpulas azules es una figurita difícil. Suele estar cerrado excepto cuando hay misa o cuando organizan visitas guiadas pagas algunos domingos.

Pero parece que ese sábado había un acontecimiento especial y sus puertas estaban abiertas. Apenas pasé el enrejado, vi una escalera; es que la Iglesia Rusa no tiene planta baja, el templo queda en el primer piso.

Cuando llego arriba y estoy por ingresar al templo propiamente dicho, una señora que estaba detrás de un mueblecito me frena, yo pensé que me iba a pedir una colaboración, pero no. Me equivoqué, prejuzgué. La señora me entrega un trapo escocés bien largo y me dice en perfecto castellano: “Ponételo arriba del pantalón”. Me envolví con el trapo que se transformó en maxifalda porque tenía una cuerda para atarlo a la altura de la cintura. Según la tradición las mujeres debemos usar pollera -larga- en la Iglesia.

El templo en sí no decía mucho, era pequeño y oscuro, lúgubre, rasgo distintivo de los recintos sacros.

Pero lo más llamativo era la ocasión por la que la Iglesia estaba abierta. Lo tengo que escribir en condicional porque nunca me acerqué demasiado para confirmarlo pero puedo decir que habrían estado velando a alguien. A cajón abierto.

La situación era escalofriante: mucha gente, muchas velas, y todos repitiendo a coro unas oraciones en un idioma desconocido por mí (estimo que era ruso), alrededor de un cajón abierto, donde supongo, descansaba un cadáver.

Me quise quedar un poquito para ver el ritual pero mucho no aguanté.

Me acuerdo de esta anécdota porque en unas horas se juega la final de la UEFA Champions League entre Manchester United y Chelsea, en Moscú.

Ojalá hoy la Iglesia Ortodoxa Rusa abriera sus puertas y colocase pantallas gigantes para ver a Carlitos Tevez, a Cristiano Ronaldo, a Frank Lampard, a Didier Drogba...

Sin dudas es un acontecimiento especial y bien vale la pena.

jueves, 15 de mayo de 2008

Cosas que te hacen feliz


Después de no sé cuántos años de tomar café con leche con azúcar o últimamente con edulcorante, hace muy poquito (hará unos meses) me di cuenta de que lo puedo tomar amargo perfectamente. Que me gusta así, sin nada y que el agregado de un dulzor le tapa su verdadero sabor.

O sea ahora tomo el café con leche y ni siquiera ensucio una cucharita. Me ahorro dos cosas: el edulcorante y el lavado de la cucharita. ¡Y eso me pone contenta!

martes, 13 de mayo de 2008

Salida de chicas


La joda empezó a las cuatro y media -cinco menos cuarto por mi constante impuntualidad- del sábado. Voy a Barrio Norte, le toco el timbre a Paulita. “Ya bajamos”, responde por el portero eléctrico. Pero le toco de vuelta porque quería subir a dejar la cámara de fotos. Es que si yo les cuento a dónde íbamos tres chicas solas un sábado a la tarde...

Cada vez que pienso en una ‘salida de chicas’ recuerdo una anécdota que me trajo Romi de una compañera de trabajo suya. En plena época de auge de los blogs esta buena muchacha fue pionera en esto de contar anécdotas personales. En uno de los archivos del 2005 la chica se fue a hacer las manos a una manicure aparentemente súper famosa y tituló el texto “Sábado de locura”. Me quedó tan grabado que ahora cada vez que alguien me pregunta qué hiciste el sábado a la noche, cuento: ‘Nos juntamos con mis amigas y entre trago y trago, nos pintamos las uñas... ¡De negro!’. Algunos pueden pensar que somos depresivas pero no, eh. La llevamos bien.

Decía que el sábado había empezado a media tarde. Las salidas tradicionales son ferias de ropa y diseño en Palermo o San Telmo, Plaza Francia, Costanera Sur o Norte, cine, peluquería o bar. Pero nosotras (Paulita, Agustina y yo) somos amigas de la escuela de periodismo deportivo así que en honor a la génesis de nuestra amistad, fuimos a la cancha. Nos tomamos dos bondis para llegar a Liniers y aburrirnos 75 minutos (los últimos 15 fueron emotivos) en Vélez 2-1 Rosario Central.


La entrada nos salió 12 pesos y vimos el partido muy cómodas sentadas en la Platea Sur de la hermosa cancha de Vélez. Para amenizar la función llevamos rocklets y garotos... Y sí, está bien que nos guste el fútbol pero, ante todo, seguimos siendo mujeres y el chocolate es nuestra debilidad número uno.

lunes, 5 de mayo de 2008

Regalo


Mis padres se fueron unos días a Tandil, a la Posada de los Pájaros, allí donde Boca hace la pretemporada. Allí también donde acuden en masa jubilados de privilegio que rondan los 80 años y se pasean en bata por todo el hotel. Según las palabras de mi mamá: “En los spa pasan cosas raras. Unos señores de 80 años van a desayunar en bata, almuerzan en bata, meriendan en bata y cenan, también en bata”. Mis padres no tienen 80 años ni tampoco usan bata pero se ve que quieren hacerse una idea de lo que les espera, si es que llegan a longevos.

En fin, después de unos días de descanso, el domingo ellos ya de regreso, los voy a visitar.

Mamá: -Te traje un regalo.
Yo: -Muchas gracias.
M: -Es una artesanía que le compré a un artesano de ahí. Espero que te guste.
Y: (Sin más preámbulos abro la bolsita y veo una pulserita plateada) -¡Qué linda! Muchas gracias.
M: (Intentando abrochármela) -El artesano que me la vendió me dijo que es de plata 900 y que la piedrita es de Cuba. Andá a saber si es verdad... Pero está original, ¿no? Me gustó el diseño, estas hojitas que le cuelgan...
Y: (Se me dibujaba una sonrisa pícara) -¿Sabés de qué son esas hojitas?
M: (Con una sonrisa cómplice) De marihuana supongo.

Y yo que pensaba que mis padres eran unos retrógrados...

martes, 29 de abril de 2008

viernes, 25 de abril de 2008

El 24


Esto podría empezar así: El 24 tiene ese ‘no sé qué’... Pero como no es una publicidad voy a poner primera con otro estilo. Va:

Un colectivo que me tomo habitualmente es el de la línea 24. El trayecto completo va desde Wilde hasta Villa del Parque pero yo lo uso para tramos más cortos. Barracas-San Telmo-Once-Abasto-Villa Crespo y hasta ahí llego.

El 24 es impredecible: a veces viene enseguida, otras hay que esperarlo más de media hora. El 24 puede venir vacío en hora pico, pero quizás a las tres de la mañana no te para por lo colmado que está… A veces, el 24, va a máxima velocidad y otras a paso de tortuga pero casi siempre aparece una figura ya olvidada en el transporte público argentino: el guarda.

En países vecinos -voy a hablar de Brasil y Uruguay que son los que conozco- el guarda cumple un rol fundamental: además de ser el encargado de cobrar el boleto, le avisa al conductor cuándo puede cerrar la puerta.

Aquí, en cambio, la cosa es muy distinta. Los choferes se las arreglan solos y por lo general no se las arreglan muy bien.

El 24 reivindica la figura olvidada del guarda, sólo que le da un uso inapropiado. Lo hace trabajar de vigilante: es el que controla los horarios del chofer y que los pasajeros hayan abonado correctamente el boleto.


El guarda, como el 24, también es impredecible. Es como Droopy, aparece en cualquier momento, no distingue horarios -creo que es capaz de despertarte a las dos de la mañana- y siempre está preparado, birome roja en mano, para poner tildes.

Me pasó más de una vez que tuve que sacar todo -y cuando digo todo, es todo- de mi cartera y revolver hasta en el más minúsculo rincón para encontrar el mísero boleto hecho un bollo, doblado como un acordeón o plegado como un abanico. Y me vi en la obligación de hacerlo porque el guarda del 24 -que en otros tiempos me hubiese dicho “no, dejá, está bien”- se quedaba parado a mi lado intimidándome con la mirada, moviendo el piecito, poniéndome presión para que encontrara el boleto, y lo hiciera rápido.

Y todo eso para que con su birome roja me diera el okay -se ve que ya no existen esas agujereadoras de boletos-. Parece que el 24 nos expone todo el tiempo, hoy me desquito y soy yo la que lo deja en evidencia.

jueves, 24 de abril de 2008

Macetas en las alturas



El otro día estaba con una amiga en el 24 -mañana, capítulo especial de esta línea de colectivo- y hablando de la Avenida de Mayo, la cual estábamos transitando, observo un par de macetas en las luminarias.

Los faroles públicos, esos gigantes que caracterizan a la “avenida más española de Buenos Aires” (me encantan esas definiciones), están ahora decorados con dos macetas.

Sé que hace unos días empezó la puesta en valor de la “Gran vía de Mayo” (otra definición), que impulsan el Gobierno de la Ciudad, el Ente de Turismo y el Ministerio de Cultura. Entonces intuí que la campaña de revalorización y las macetas tenían algo que ver.

El tema es que las macetas están bastante lejos del suelo y soy malísima para los cálculos pero me atrevo a decir que están a 2,5 ó 3 metros de las baldosas.

Son dos plantitas una a cada lado del farol y puede tratarse de alegría del hogar u otra especie con flores similares -no alcancé a ver bien y tampoco soy experta en botánica-.

Cuando las vi me surgieron algunas preguntas:
1) ¿Cómo las riegan?
2) ¿Su insólita ubicación es una disposición del gobierno de Macri o estaban hace siglos y yo nunca me di cuenta?
Y en el caso de que su ubicación haya sido orden del Jefe de Gobierno porteño:
3) ¿Hay algún mensaje subliminal detrás de todo esto? O sea:
4) ¿Querrá Macri indicarnos lo lejos que está del pueblo, que está más arriba que nosotros, que nos mira desde arriba?
5) Y se desprende de la cuarta: ¿Será un símbolo de poder?
6) ¿O es otro plan para erradicar a los cartoneros previendo que la caída de las plantas desde más de dos metros de altura puede provocar daños irreparables?

Quizás esto de los maceteros en las alturas es muy antiguo y yo no lo sabía. Confieso que no hice ningún trabajo de investigación, así que si alguien quiere hojear libros de historia y contarme, será bienvenido. O quizá se trate de las nuevas tendencias en el diseño. También serán bienvenidos arquitectos y diseñadores.

martes, 22 de abril de 2008

Perfume



“Perseguiré / los rastros de este afán / como busca el agua a la sed / la estela de tu perfume”. Una vez en el Auditorio Costanera Sur, en un show gratuito de Bajofondo escuché que Adriana Varela decía que el texto de Perfume la cautivó. Que apenas lo leyó se conectó profundamente, que es bellísimo, que bla, bla, bla (no me acuerdo más).

Mientras miraba a Adriana Varela hablando en la pantalla gigante y me enteraba de que Perfume lo escribió Jorge Drexler -en general no me gusta pero este tema sí-, me propuse que cuando tocasen esa canción iba a escuchar la letra lo más atentamente posible.

Rodeada de chicos y chicas cool portadores de anteojos de sol solamente de noche y botellitas de agua mineral, se me hizo un poco difícil. No lo logré.

“Persevera y triunfarás” dicen. Así que años después, ya en casa con una copia del CD que viajó desde Uruguay, me dispuse a escuchar la letra. Y sí, como Fabio Zerpa, también Adriana Varela tiene razón.

Lo bueno de Perfume es que describe muy bien lo que es un perfume, lo que significa: “Me atravesó / tu suave vendaval / rumbo a tu recuerdo seguí / la senda de tu perfume”.

Yo tengo muy mala memoria pero si de algo me acuerdo es de los olores. Me quedó muy grabado en la nariz el perfume del chico que me dio el primer beso. No sé cuál es, pero debe ser uno muy común porque lo huelo seguido.

No sé si me gusta, simplemente me hace acordar a ese chico, en realidad a esa situación, porque no tengo presente ni la cara del chico, ni su nombre, ni nada. Lo único que me dejó fue un beso y lo único que me cautivó fue su estela.

“No hay soledad / que aguante el envión / el impulso antiguo y sutil / del eco de tu perfume”.

viernes, 18 de abril de 2008

Consumista (a conciencia)

Después de dejar el rollo de fotos para revelar en Alonso (Alsina esquina Entre Ríos) enfilo para el lado de Corrientes y me meto en Zival’s y en otras tres disquerías más. Miro mucho, revuelvo, me ensucio las manos y no compro nada, como últimamente hacemos la mayoría de los argentinos, o unos cuantos al menos.

Sigo caminando por la “avenida que nunca duerme”, ya con ganas de volver a casa y hete aquí que no tengo monedas para el colectivo. ¿Qué puedo hacer entonces? O bien me voy caminando, o me compro algo y ruego que me den vuelto con monedas.

Como no tenía ganas de volver a pie, tuve un déjà vu forzado y otra vez me encontré dentro de una disquería, hurgando entre los cds y el polvo, esta vez con la decisión de consumir.

Y también me encontré mirando con demasiada atención los precios, y haciendo cuentas: ‘Este cuesta 20 pesos entonces no hay manera de que reciba monedas. Tengo que encontrar uno que salga 19 ó 17…’

Y de repente me encontré buscando un disco ya no por estilo musical o intérprete, ni siquiera por el arte de tapa, ¡sino por el precio! Hasta ahí llegué. Otra vez afuera con las manos sucias, sin disco y sin monedas.

Sigo mi camino por Corrientes en el sentido de los autos y entre el humo que reposa por estos días en Buenos Aires y el smog del 24, aunque parezca una paradoja, se hace la luz: “El gato negro”. ¡Cuántas veces pasé por ahí y me quedé pegada a la vidriera imaginando el aroma del té de vainilla y canela! ¿Por qué nunca lo había comprado? No lo sé. Pero esta era mi oportunidad. Y no la pensaba dejar pasar.

Sin mayores preámbulos abrí la puerta y enfilé derechito para el mostrador donde están todos los frascos, incluido el té (en hebras, claro está) de vainilla y canela -para los que no me conocen, son los dos aromas que más disfruto en la vida-. El mínimo es 25 gramos ($5) pero muy segura, le dije: ‘Ponéme 50’ (no iba a andar escatimando con la vainilla y la canela). Al té le sumé 25 de pimienta negra partida (todo en bolsitas separadas, mezclar nunca es bueno) y el total marcó 15 pesos pero como le pagué con 16... ¡Me dio una moneda!

Crucé la vereda para tomarme el colectivo con una sonrisa: había comprado a conciencia y además no tenía que volver a casa caminando. Eso sí, mis manos seguían sucias.

sábado, 12 de abril de 2008

Sábado libre




“Los sábados las chicas antes de las 2, free”. Esto se puede leer en una entrada de boliche o en un flyer y a pesar de que hace un tiempo que no voy a bailar –no hace tanto pero la última vez en Brasil, no nos dieron entrada-, siempre me acuerdo de esa promo.

Quizá sea porque nunca fui a bailar antes de las dos de la mañana y siempre tuve que pagar, a no ser que estuviera en la lista de algún muñe RRPP, pero hoy pienso que es porque me hace ruido la combinación entre “sábado” y “free”.

Hace dos años que trabajo de martes a sábado y salvo que me tome vacaciones no sé lo que es tener un sábado libre.

De los dos días del fin de semana, el sábado es el día activo. Tenés para elegir: podés ir a consumir como loca a la Avenida Santa Fé porque todos los negocios están abiertos, podés ir a cortarte el pelo, a depilarte, al gimnasio, a la pileta y si tenés muchas ganas, hasta podés ir a la facultad.

Después de dos años, hoy 12 de abril de 2008 vuelvo a tener un sábado libre, y si mantengo este trabajo, parece que va a ser una cosa de todas las semanas.

Todavía no lo puedo creer. Lo primero que hice fue escribir textos para mi blog, que ya se quejaron porque está muy desactualizado. A falta de uno, escribí tres. Y ahora me parece que me voy a caminar y después a la peluquería.

A la noche tengo cena con mis amigas y quizá pueda cerrar ‘mi primer sábado libre después de dos años’ en un boliche. Sé que hasta las dos entro gratis.

Estudiar de noche


Fachada del Joaquín V. González en Montes de Oca y Quinquela

Suena el timbre, son las 23 clavadas. ¿Es el recreo? No. Es la hora de irse a casa. Mi papá hizo el secundario de noche porque trabajaba y sus horarios no eran compatibles. Así, de lunes a viernes a las 23 salía del colegio que está en la esquina de mi casa, el Joaquín V. González y caminaba rumbo a su hogar en Suárez y Martín Rodríguez, República de La Boca.

Ya pasaron más de cuarenta años de la graduación de mi padre y sin embargo hay cosas que no cambian.

Yo también debería salir a las 23, pero casi siempre me voy antes porque hay un acuerdo tácito y digamos que está estipulado cerrar más temprano. En la facultad no suena el timbre, simplemente el profesor decide cortar y unos segundos antes de la frase de despedida -“Nos vemos el miércoles que viene”-, los alumnos hacen ruido. Las chicas abren sus carteras y guardan su cuaderno y las lapiceras. Los chicos modernos llenan el morral de apuntes y los señores, el portafolio. Se levantan de la silla, y ya de pie, escuchan con esfuerzo las últimas indicaciones del profesor y salen del aula en malón.

Yo, más tranquila, más lenta, camino con pausa para ir a casita. Son las diez y cuarto, diez y media de la noche y estoy sola paseando por Caballito. La Pedro Goyena es desoladora, nadie por aquí, nadie por allá. Y todavía me restan ocho cuadras hasta la parada del 133. En el camino me cruzo con tres heladerías –Verona, Cittá Nova y una nueva que no recuerdo el nombre- y tengo que guardar las manos en los bolsillos y mirar para abajo para seguir de largo.

Igual sé que tengo otra oportunidad porque Verona tiene una sucursal a cinco cuadras de casa. Así que si me arrepiento, me puedo bajar antes y comerme uno de cinco pesos de frambuesa y mousse de limón.

Pero no, no me arrepiento porque sé que el mejor helado de Barracas es de Dylan y el colectivo no pasa por ahí, y además es tarde y quiero llegar a casa y cocinarme algo rico, caliente y salado.

Me bajo en la esquina y paso por el colegio -el Joaquín, como le decimos cariñosamente los barraquenses-. En la puerta hay una nube de chicos y chicas vestidos de guardapolvo. Miro el reloj. Y claro, son las 23.

Guarda Do Embaú


El año pasado también me fui de vacaciones a la playa. Yo, que soy bicho de montaña, hace dos años que elijo el mar y la arena para tomarme catorce días de relax y desconexión.

Seguramente de las vacaciones pasadas me quedó el recuerdo imborrable de Cabo Polonio. Esta vez, del Sur de Brasil, me llevo Guarda Do Embaú.

Tengo muy mala memoria pero ruego que este lugar me quede archivado de por vida. De todas maneras si no lo recuerdo visualmente, no importa tanto porque lo que más disfruté en Guarda Do Embaú fueron las sensaciones.

Sí, ya sé, las sensaciones no se pueden describir -¿será una frase hecha, instalada por los periodistas que no saben cómo hacerlo?- pero voy a intentarlo. Primero, como dirían los ingleses, “Picture this”: Arena blanca, día soleado, rocas amigas, cangrejos que apenas si se dejan ver, caracoles, morro, vegetación y agua de mar abierto.

En la prainha de Guarda Do Embaú, a la que se accede después de hacer una trilha por un caminito de pradera muy Laura Ingalls, no había mucho más que eso. Fuimos en grupete -éramos cuatro- y mientras discutíamos si el césped estaba cortado con máquina o se lo comían las vacas, de repente, como por arte de magia, cada uno se fue por su lado. Facu se sentó en una roca, Laura, su novia, caminó en busca de restos fósiles y caracoles, Ay charló un rato con Facu y después se acomodó solita en otra piedra.

Había tanto viento en Guarda que yo me acuné entre las rocas que me resguardaban un poco. Y ahí abrí los ojos, siempre los tuve abiertos pero en ese momento comencé a mirar con atención y a disfrutar profundamente lo que estaba viendo.

El cielo algo nublado parecía dibujado por pincel artista, el mar eterno, poderoso, se hacía escuchar bien fuerte contra las rocas. El agua helada -tan fría como la de Mar del Sur- contrastaba con la calidez de las piedras y la arena.

Creo que nunca estuve tan concentrada en mi vida –¡ojalá me pasara lo mismo cada vez que agarro un apunte!-. Tal era el grado de concentración que a pesar de mi miopía y astigmatismo vi un caracol en un charco de agua entre las rocas. “Parece vivo”, me digo y lo agarro para mirarlo mejor. Corroboro que estaba vivo nomás y enseguida pensé: “Qué bien que viven algunos”.

lunes, 17 de marzo de 2008

Mmmm


Caminando medio dormida un sábado a la mañana por Azara entre Quinquela y Rocha, de repente me despierta un intenso, intensísimo aroma a chocolate.
Exactamente a las 10.50 del sábado 15 de marzo una profunda ráfaga sabor cacao perfumó el aire industrial de esa zona fabril de Barracas. La suave brisa se metió en las casas de los vecinos y despertó con una sonrisa a los que todavía dormían. También se coló entre las fábricas y alegró a los trabajadores.
Dicen que a escasas diez cuadras, en la esquina de Herrera y Brandsen donde tenía su sede central la vieja fábrica Águila -ahora ocupada por Easy, un hipermercado para el hogar- aún sobrevive el espíritu de los maestros chocolateros y cuando sopla el Pampero arrastra los aromas hasta Azara y Quinquela.
Por suerte la antigua fachada de la chocolatería –que por alguna extraña razón Mr. Easy decidió conservar- no es lo único que nos quedó de Águila…