jueves, 21 de enero de 2010

Diario de viaje


Hace más de una década atrás, en la Argentina menemista, yo me iba de viaje a Europa. Pero no era un viaje más, si bien no era la primera vez que pisaba el Viejo Continente, iba a descubrir muchas cosas en mi viaje de 15 acompañada solamente por mi papá.

Hoy, a los 26, mi realidad es bastante distinta: ni siquiera me voy de vacaciones, entre otras cosas, porque no tengo una moneda. Pero qué mejor que recordar lo bien que la pasábamos leyendo unos fragmentos del diario del “Viaje a Italia, Francia y Gran Bretaña”. Transcribo:


Sinceramente, la estamos pasando muy mal aquí entre el mar y el sol de la Costa Azul. Estamos muy cansados ya que pasamos todo el día tomando sol en reposeras suaves y acolchonadas y nadando por las tibias y transparentes aguas de Niza.
[…]
La pregunta que me hacen todos (¿qué te gustó más?) creo que no la voy a poder contestar porque cada lugar, cada ciudad tiene su encanto: Edimburgo tiene unas colinas espectaculares y es una ciudad muy linda para vivir porque es tranquila. La verdad que Escocia es preciosa.


París, que se puede decir que no se sepa de París. Me pareció, además de una ciudad hermosísima, una ciudad muy completa: todo lo que querés encontrar está en París y también muy práctica, tiene una red subterránea excelente.


Londres es una ciudad hermosa (aunque a papá no le gustó mucho). No es tan práctica como París pero sí tiene una variedad de culturas impresionante. Además es distinta a todas las ciudades europeas. Londres son palabras mayores.


Niza, una ciudad de playa muy linda, grande, con puerto pero tranquila. Es muy, muy linda ciudad.
York, mejor no hablemos.


Y finalmente me queda Milán, que es una ciudad italiana, y eso dice que tiene que ser muy linda, porque no hay, no conozco, ciudad italiana que sea fea.


El Duomo de Milán es el edificio más impactante que vi, es muy grande y espectacular!


Creo que no me quedó nada en el tintero, y si es así, que lo agregue el viejo, porque yo ya me cansé de escribir (se nota por mi letra ¿no?). Bueno lo lamento y pido disculpas. 


Solo me resta decir CHAU! Y ¡Hasta el próximo viaje!

jueves, 14 de enero de 2010

Al borde del suicidio o al borde de un ataque de nervios


Antes de ir a terapia pasás por la dietética para comprar un poco de harina integral porque la cena ya está pensada. Llegás a tu casa a eso de las nueve, enseguida te ponés a cocinar sin receta a mano, pero con el tip que te pasó una amiga el día anterior. Una masa de tarta de harina integral es simple: harina, aceite, sal y agua, la amasás y ponés en la tartera. Ponés las verduras, un poco de queso, un huevo y al horno. Sale rico, comés frente al televisor, mirando Ciega a citas, riéndote y al mismo tiempo, identificándote con la protagonista. Tuviste una buena cena, una buena noche, tranquila, solitaria pero linda. Volvés a la cocina para poner la tarta en la heladera y lavar los platos. Vas a guardar el aceite en la alacena pero un bichito que camina por la puerta te sorprende. Lo matás, pero adentro, en la bandeja donde apoyás el aceite, ves otro que camina por el papel de cocina. Y buscás más atrás y aparece otro cerca del vinagre, y otro cerca de la miel, y otro cerca del pimentón español. Acá hay algo que no está bien, pensás. Y llegás al pan rallado, ese que te dio tu mamá una vez hace más de un año. El pan rallado es color arena, pero no este, este es color negro. Te da asco, impresión, y tirás todo: el vinagre, la miel, el pimentón español -¡cómo te dolió eso!-. Y te agarra un ataque, empezás a sacar todos los cubiertos y los ponés en la pileta, limpiás los frascos con un trapo y vaciás la alacena para echarle lavandina y desinfectante. Pero a pesar de todo, siguen caminando bichos, no se van, siguen por allí. Entonces te das cuenta de que vas a estar horas limpiando sin sentido, hoy no vas a poder matarlos a todos. Secás los cuchillos que lavaste recién y los mirás con buenos ojos: ¿y si te clavás uno de estos? Lo desechás enseguida, no tienen mucho filo, más que un corte superficial no te van a hacer. Se te ocurre otra cosa: ¿por qué no bajar un cambio? Buscás con desesperación y ansiedad en la latita de Bob Marley, por suerte algo queda. Vas a la terraza, te acordaste de que tenés que regar las plantas. Llenás de agua la regadera y con dificultad lo encendés, prende y tira, tira como loco, tira para arriba. Te reís, tocás las plantitas, la tierra está húmeda. Bajás, te sentás en la cama, ya más calmada mirás el reloj, son las 2.25 de la mañana, pensás en la película Mujeres al borde de un ataque de nervios, podrías ser una chica Almodóvar, te decís, y, riéndote, te vas a dormir.

jueves, 7 de enero de 2010

Caja de herramientas


Las tareas de la casa no son santas de mi devoción. Reconozco que no me gusta limpiar nada: ni barrer, ni pasar el trapo, ni limpiar los baños, ni la cocina. De hecho hay cosas que no hago, y creo que no haré, hasta que logre ser potentada como para poder contratar una empleada de las artes del hogar. Nunca, en estos cuatro años y medio que vivo acá, limpié los vidrios de las ventanas. Jamás. Y reitero: no creo que lo haga algún día. Hay que decir que al ser vidrios antiguos, de esos arrugados, la mugre se camufla, al menos un poco. Pero cuando les da el sol directo no hay nada que hacer, la tierra se ve desde cualquier ángulo.   

Así como no me gusta limpiar, tampoco me gustan los menesteres que insuman mucho trabajo y tiempo en la casa –excepto cocinar-. Me fastidia que se quemen las lamparitas porque nunca logro juntar ganas para cambiarlas, no me animo a hacer agujeros con el taladro por miedo a que se me quiebre toda la pared o que pinche un caño sin querer, me da demasiada pereza hacer la jardinería, y hasta me cuesta encontrar ganas para algo tan simple como clavar un clavo.
Sin embargo, de vez en cuando, hay que arremangarse y ponerse manos a la obra. Es así que hoy decidí hacer la jardinería y saqué una cantidad de yuyos increíble. No conforme con eso, arriesgué y fui por más: me animé con la electricidad. Después del laburo de hoy, creo que ya encontré mi vocación, sin dudas, lo mío son las luces, los cables, la cinta aisladora y la caja de herramientas.
Hasta fui a la ferretería a comprar destornilladores (uno Parker y otro plano porque no todos los tornillos son iguales) y después tuve que volver porque necesitaba cinta aisladora para unir cables. Ahí fue cuando entablé una linda conversación con el ferretero:
-Cinta aisladora y dos lamparitas más de 40, por favor.
-¿Qué te pasó: se te rompieron o te quedaste corta?
-No, no, me quedé corta –canchereé.
-Ah, está bien.
-Y una pinza, no pico de loro, una normal.
-¿Te mudaste?
-No, no. Me faltan herramientas.
-No, digo, quizá... Una pinza universal, ¿así te parece bien? (La saca de la bolsa) Fijate si la podés manejar.
(Abro y cierro la pinza como si estuviera chequeando el cierre de una prenda). –Sí, está bien. Perfecto.
-¿Vos tenés cajas de herramientas? –le pregunto con cierto interés.
-Siiiiií, ahí arriba. Ahora te muestro.
-¡Eeeehh! No, pero son muy grandes.
-Nooo, esas son chicas. Ahora te muestro, vas a ver.
-¿Y cuánto cuesta esa, por ejemplo?
-Ya te digo… Esa te sale 45.
(Me sorprendo porque me resulta muy barato, pero no demuestro nada con mi cara de póker).
(El ferretero busca la escalera, se sube y baja la caja de herramientas, con sorprendente facilidad, como si no pesara ni un gramo).
-Acá tenés un compartimento, y ponés tornillos, clavos. Acá hay otro para lo mismo.
(La abre y la caja sigue vacía, pero tiene un sobre piso que está por levantar)
-Acá ponés las pinzas y las herramientas que vos quieras y –levanta el sobre piso- acá ponés las herramientas más grandes.
-Bueno, buenísimo. Después lo veo. Gracias. Hasta luego.
Camino a casa me reía sola, nunca pensé que el ferretero me iba a mostrar una caja de herramientas vacía, sin utensilios, ¿para qué quiero una caja vacía si no tengo con qué llenarla? Está bien que ahora tengo dos destornilladores, una pinza universal y un rollo de cinta aisladora blanca, pero todo eso no alcanza ni para hacer bulto en el compartimento de los clavos. De todos modos, por algo se empieza, ¿no?     

sábado, 2 de enero de 2010

Orgullo padre



Un hijo, cuando se vuelve grande, suele darle enseñanzas, verdaderos aprendizajes de vida a sus padres, y ellos, por supuesto, orgullosos. “¡Qué inteligente que es mi hijito!”  bien podría decir un papá contento, inflando el pecho.
Algunas enseñanzas son más solemnes que otras, podemos hablar de lecciones de vida o simplemente de pequeños descubrimientos que parecen insignificantes pero no lo son.
-Vení, viejito, mirá. Frotále un poquito el tallo y vas a ver el olor que tiene… ¿sentís? Está buenísimo, es re linda la plantita, re linda.
-¿Y esto se fuma?
-No, después florece, la flor es como si fuera uno de estos capullos, así, pero mucho más grande, y eso se fuma. Tenés que ver si es macho o hembra, porque sólo las hembras sirven, si es macho no se puede fumar. En Europa te venden la semilla ya germinada por 45 euros.  Te aseguran de que es hembra.
-¿Y esta la compraste?
-No, acá no se venden. Estas las planté yo, no sé qué son, pueden ser macho o hembra. Generalmente salen más machos que hembras.
 Ahora, y gracias a la enseñanza de mi hermano, mi papá puede armarse un jardín de plantas de cannabis en su casa para que nosotros vayamos a visitarlo más seguido.