viernes, 27 de junio de 2008

Cosas que te hacen feliz II


Me compré un equipo 5.2 y me estoy volviendo loca. Recién estaba sentada en el sillón escuchando Stillness in time de Jamiroquai y no podía contener la sonrisa, se me escapaba como un anillo enjabonado. En mi caso ese signo significa: “la estoy pasando muy bien”.

No es para menos, gracias a los parlantes traseros, desde la comodidad del sillón podía escuchar con precisión el set percusivo del tema -que no es por que yo sea fan, pero es una joya-. Es difícil enfocarse en un instrumento cuando hay tantos sonando a la vez pero con mi nuevo equipo de audio, estoy más cerca de lograrlo (no digo la marca para que no piensen que es una publicidad encubierta). Creo que este 5.2 me puede llegar a hacer bastante feliz.

Tan contenta estoy que me tomé un laburo de producción minucioso para postear en este blog.

Corten
En una canción un corte puede significar mucho. Es una vuelta, otro enfoque, un cambio drástico, un golpe de timón, otra manera de encarar lo que sigue. Pueden pasar dos cosas: o que se incorpore perfecto, que encastre como la pieza de un rompecabezas, o que por el contrario quede completamente fuera de posición, flotando en el aire y se pierda. Así como un pequeño dato puede darle sentido a una nota, un corte integrado con armonía puede magnificar un tema.

Escuché atentamente algunos discos y elaboré una lista de temas con el minuto exacto en el que hacen entrada mis amigos, los cortes, que me dibujan sonrisas todos los días:

*Scam, minuto 5.02 (The return of the Space Cowboy, Jamiroquai). (La lista no está rankeada pero lejos, lejos, este es el mejor de todos)

*Blow your mind, minuto 4.37 (Emergency on planet earth, Jamiroquai). (La mejor canción de mi banda favorita)

*El ciclón, minuto 1.11 (Re, Café Tacuba)

*Trópico de cáncer, minuto 3.45 (Re, Café Tacuba)

*El metro, minuto 1.20 (Re, Café Tacuba)

*El tlatoani del barrio, minuto 2.27 (Re, Café Tacuba)

*El baile y el salón, minuto 0.57 (Re, Café Tacuba)

*El puñal y el corazón, minuto 0.54 (Re, Café Tacuba)

*Light years, minuto 1.29 (The return of the space cowboy, Jamiroquai)

*Mr. Moon, minuto 3.38 (The return of the space cowboy, Jamiroquai)

*Space cowboy, minuto 4.58 (The return of the space cowboy, Jamiroquai)

*Seen sin, minuto 3.17 (Willy Crook & funky torinos, idem). (Anoté que no aplica mucho pero el tema está tan bueno que mandé a estampar una remera con un fragmento... Acá también tenía que aparecer).

*Lite, minuto 1.50 (Willy Crook & funky torinos, idem)

*Family jam, minuto 6.00 (Willy Crook & funky torinos, idem)

*Virtual insanity, minuto 4.00 (Travelling without moving, Jamiroquai)

*High times, minuto 0.52 (Travelling without moving, Jamiroquai)

*Travelling without moving, minuto 1.00 (Travelling without moving, Jamiroquai)

*Falling, minuto 1.06 (Syncronized, Jamiroquai)

*Just another story, minuto 6.49 (The return of the space cowboy, Jamiroquai)

jueves, 26 de junio de 2008

Quinquela vive


Me encanta la obra de Benito Quinquela Martín. Me parece que con su pincel captó muy bien el aire que se respira en La Boca, me da muy porteño. De hecho me gustaría mucho tener un original en casa, pero es sólo una ilusión porque sus óleos cuestan a partir de 15 mil dólares. Para comprarme un original tendría que vender mi casa, pero entonces no tendría dónde colgarlo, así que no cierra.

La obra de Quinquela es reiterativa, siempre se ven los paisajes del puerto de La Boca, sus trabajadores, los barcos, caminito... Como la de Canaletto que siempre pintaba Venecia y sus canales, la Piazza San Marco, las góndolas y los gondolieri.


Por pura casualidad vivo a media cuadra de la calle Benito Quinquela Martín -“en mi época se llamaba Australia”, diría mi papá y otros sesentones melancólicos- y a la vuelta de mi casa, en la esquina de Quinquela e Isabel La Católica hay una obra de arte. O al menos así es como me gusta verla a mí.

Es un zapato de taco de importantes dimensiones que se suspende en el aire. Siempre pensé que la casa de la esquina era un atelier y me resultaba muy poético que en la calle Quinquela viviera un artista que había contribuido al barrio con una de sus obras plásticas. “Qué lindo gesto”, pensaba.

Hasta que hace muy poco lo entendí. El zapato gigante no está ahí por casualidad, ni es una obra de arte, ni existe ningún atelier. El zapato es el indicador de que en “Francisco”, el local de la casa de la esquina, reparan calzado.

martes, 24 de junio de 2008

Zapatitos violetas


Hace más de diez años que los tengo pero sólo los saco en invierno así que no parece que tengan tanto uso. Ahora que el violeta está de moda, es como si me los hubiera comprado esta temporada. Pero no, como dije antes, ellos ya tienen sus kilómetros.

En sus primeras épocas la pasaron muy bien, conocieron varios países y se lucieron en los mejores restaurantes. Allá por el 2000 se enterraron en el barro de la puerta de Grisú -un boliche de Bariloche-, y después de ese mal trago les costó volver a la ruta. Sin embargo acá están, de pie y hoy siguen caminando las calles porteñas.

Voy a poner una fecha totalmente arbitraria porque no recuerdo exactamente en qué año los compré, pero voy a decir que fue en 1997. Los zapatos más lindos del mundo se me presentaron en una revista. ¡Qué belleza! Toda la vida esperé tener un calzado así y la posibilidad estaba muy cerca, sólo tenía que pedirles a mis padres que me los compraran. En el fondo y en la superficie soy una niña bien.

Lo pedí como regalo de cumpleaños (debo tener algo con el calzado, en los últimos tres cumples pedí botas-zapatillas-botas). Entonces fuimos con mi padre a un Grimoldi -creo que el del Paseo Alcorta- y ahí me enteré cómo era la joda: se hacían por encargo. Como eran colores poco tradicionales -también me probé unos fucsia que intentaron meterse en la pelea-, los señores de Hush Puppies no se animaban con grandes partidas.

“Bueno”, dije un poco triste porque me los quería llevar puestos. Como no quedaba otra, los reservé, mi papá los señó y me dijeron que llamara por teléfono al mes que iban a estar listos.

Conté los 30 días como si de una huelga de hambre se tratase y llamé. La respuesta fue que no estaban, que de hecho no se hacían más y que pasara a retirar el dinero.

La desilusión y la frustración me invadieron. Había estado así de cerca de tener los zapatos más lindos del mundo pero sin embargo me había quedado con las ganas.

Derrotada, cabizbaja fui al local a buscar la seña y la chica que me atendió miró bien la factura, buscó en el depósito y encontró una caja con mi pedido. Los zapatos violetas estaban ahí, eran talle 38, ¡me los habían hecho!

Mis zapatos violetas son lo más. Me acuerdo que un profesor del terciario me llamaba “Zapatitos violetas”. Como soy muy tímida, me daba un poco de vergüenza y no me los ponía tan seguido como me hubiese gustado. Este invierno, en cambio, me cuesta sacármelos. Incluso me compré una campera al tono pensando en ellos.

martes, 17 de junio de 2008

La Ciudad más linda del mundo


¿Qué puede tener de atractivo rendir un parcial en Ciudad Universitaria un sábado a las ocho de la mañana? ¿Qué incentivo puedo encontrar para presentarme, teniendo en cuenta que no dormí la noche anterior por quedarme estudiando y que a pesar de esas nueve horas dedicadas puras y exclusivamente al acopio de información, algunos conceptos están difusos y no tengo pleno conocimiento de todos los temas?

La respuesta se divide en dos momentos: la previa, o sea el viaje y una vez allí, el aula.

Todas las veces que fui a rendir un examen de UBA 21 a Ciudad, salí con el tiempo justo. Me confiaba porque iba en auto. Entonces me quería asegurar de un buen viaje: elegía un disco -siempre me incliné por el reggae para bajar la tensión-, no me olvidaba de los anteojos -de leer y de sol- y hasta me llevaba una botellita de agua.

La última vez salí con algunas cosas más. Cargué dos bolsas con unos regalos que quería cambiar, la cartera con el cuaderno y los libros, la cámara de fotos y el amplificador del bajo que quería llevar a arreglar.

Con dificultad hice una cuadra hasta donde estaba estacionado el auto, guardé las cosas en el baúl y me metí adentro. Pero un obstáculo me impidió poner en marcha el motor. Me había olvidado de lo más importante: la llave del trabavolante.

Fue un garrón volver a casita a buscar el bendito llavero pero a la vuelta me esperaba Mimi Maura y su bella voz cantando reggae en inglés así que no me quejé tanto.

Como siempre el viaje estuvo bien bueno. El recorrido fue 9 de Julio-Libertador-Figueroa Alcorta y un mini trayecto de la autopista Cantilo que conduce a Ciudad Universitaria. En Libertador fue cuando le puse más velocidad, iba a 100. Esta vez no me dio el tiempo para ir leyendo los apuntes en los semáforos como hice en otras oportunidades. Espero que esa decisión no me cueste muy cara.

Pese a lo que muchos pueden pensar, un sábado a esas horas de la mañana Ciudad está en plenísima actividad. Hay tráfico -de autos, de colectivos y de gente- y los estacionamientos están bastante llenos.


A mí me toca rendir en el segundo piso de FADU cuyas amplias aulas se caracterizan por tener mesas anchas, enormes y banquetas altas. No sé porqué pero me encanta sentarme ahí. A veces me imagino que estoy en la barra de un bar. Y lo mejor de todo está en el paisaje: los veleros navegando sobre el Río de la Plata, el sol que se empieza a asomar y el verde que rodea a Ciudad forman la imagen que más calma me da.

Por eso después de correr los dos pisos por escalera para llegar a horario, y una vez que me entregaron el parcial, leer las consignas y vaticinar que no me va a ir bien, lo único que me queda es mirar el paisaje a través de esos enormes ventanales. Y doy las gracias de haber tomado coraje para presentarme porque esa imagen merece todo el esfuerzo, merece que yo esté ahí un sábado aunque sean las ocho de la mañana.

martes, 3 de junio de 2008

JAF not dead


Uno de los puntos donde se juntan los prefectos es debajo de la autopista Buenos Aires - La Plata en Puerto Madero. Varias veces me pararon con el auto y me pidieron todo el papelerío, que abriera el baúl, que soplara el tubito para el control de alcoholemia... Pero esta vez pasé caminando así que no me iban a detener.

Fue el domingo a la mañana y había como cinco prefectos charlando y jugando con los celulares. En realidad no era ningún juego, estaban escuchando música. ¿Cumbia, reggaeton, melódico? Bueno, no, estaban charlando con JAF de fondo. Y no cualquier canción de JAF, un domingo a la mañana en la parada de los prefectos sonaba “Maravillosa esta noche”, la versión en castellano de “Wonderful tonight” del maestro Eric Clapton.

En la primaria, vamos a decir cuando tenía diez años, los cumpleaños se hacían a la tarde. Tenían horario de comienzo y horario de fin. En las tarjetitas se leía: “Te invito a mi fiestita de cumpleaños de 16 a 20”. Se podían hacer en las casas, salones, peloteros, el Paseo de la Infanta o el Italpark.

Las fiestas de cumpleaños que se armaban en las casas eran las mejores, las más jugosas. Como había luz de día, dado el horario, se bajaban las persianas, se cerraban las cortinas, se apagaban las luces y entonces, llegaba el momento. Los lentos. En mi época sonaba mucho Guns N’ Roses, Queen, Fito Páez y por supuesto, JAF. Estamos hablando de cuando Juan Antonio Ferreyra -ex Riff- era pelilargo, usaba pantalones chupín elastizados y chaleco de cuero. “Maravillosa esta noche” era mi favorita, en lo posible me la guardaba para “apretar” con el chico de turno que más me gustaba.

Me acuerdo que Diego era el más zarpado, literalmente me apretaba muy fuerte contra su cuerpo, me hacía sentir su respiración y eso me ponía un poco nerviosa, no me gustaba mucho cuando me tocaba con él. Otros eran más serios y mantenían cierta distancia.

Ahora que voy a bailar tango (a decir verdad fui una vez sola) volví al “apriete”. Está bueno, gracias a la milonga tuve el contacto físico más cercano en mi vida con un señor de unos 70 años. Y además la música es bastante mejor, al menos no tengo que escuchar a JAF haciendo pedazos un clásico.