lunes, 20 de diciembre de 2010

Noche de vestido


Es sabida mi inclinación por los perfumes Kenzo; tuve y tengo en mi mesa de luz Kenzo d’été, Amour, Flower y recientemente ligué un L’eau par Kenzo gracias a que me robaron la billetera. Así me pasé unos días en Montevideo: sin documentos, sin dinero pero con perfume francés.
Lo que nunca en mi vida me imaginé es que además de llevar sobre mi piel esos deliciosos aromas iba a tener la oportunidad de vestirme con un auténtico, un original, un genuino vestido de Kenzo.
Y todo, gracias a mi amiga Ile que en su placard de Rosario guardaba un rinconcito para la magia hecha vestido. Gracias a que hace unos años deambuló por el mundo y en una de sus paradas, en Barcelona, se encontró una bolsa con ropa tirada en la calle. Gracias a que es muy curiosa y quiso ver qué había dentro; y a que entre las vestimentas estaba este floreado atuendo que me hizo pasar una noche impagable.
Posé como las quinceañeras y las novias en el Parque Independencia, desfilé por la rampa del Jardín de los niños en un cóctel íntimo y cerré la aventura nocturna en el bar La Isla, bajo el reflejo de la luz que destilaba la bola de espejos y con Jimi Hendrix de fondo cantando “Sweet angel”.  
素晴らしい   

lunes, 18 de octubre de 2010

Perfume II


Hay un tubito de esos de los rollos de fotos que guarda un aroma muy especial. Era verano viajaba a Montevideo en Buquebús, tenía la cámara y un rollo de fotos. Una vez colocado el rollo me quedé con el tubito de plástico negro. Cuando era chica mi mamá guardaba las monedas ahí. Pero yo no tenía monedas, tenía que guardar otra cosa.

Esperé a que el freeshop abriera sus puertas, me acerqué al mostrador de los perfumes y les pregunté a las chicas por algún perfume ‘avainillado’ –término que me sugirió mi amiga Carita que en alguna época fue promotora de fragancias en lugares top como el Patio Bullrich, donde veía cómo mujeres gastaban el equivalente a su sueldo en un minúsculo pote de crema facial–. Y así pasé por unos cuantos aromas hasta que ya no quedaba espacio para portar las muestras en mi piel. Pedí un cartoncito y allí se perpetuó por siempre Kenzo amour. Lo guardé en el tubito del rollo fotográfico para que se concentrara.

Cada vez que necesito oler algo rico, no tengo más que destapar mi tubito: aún hoy conserva el aroma ‘avainillado’ de Kenzo amour.  

domingo, 12 de septiembre de 2010

Francis Mallmann

Viste sweater rosa, pañuelo al cuello al tono, boina y saco de terciopelo rayado. Usa botas de montar no en vano: el hombre llega a caballo a un paraje inhóspito en la Patagonia, al lado de la Cordillera de los Andes. Llega solo pero evidentemente tiene un equipo numeroso que ya hizo gran parte de su trabajo: prendió los fuegos, armó la mesa, abrió el vino para que respire.

No tiene pinta de gaucho, pero el hombre se esfuerza en combatir el frío y el viento. “No sé cuántos grados bajo cero debe hacer, pero muchos”, suelta. En semejante hostilidad, se anima a terminar el plato del día: entrecot de cordero con “pastel de papas rosadas y cebollas”.

Ni bien termina el plato, solamente atina a probar las papas y dice: “Esto es exactamente lo que quería”. Por la televisión se ve delicioso y claro, los ojos siempre dicen la verdad. Después de ese mini bocado y dejando el plato intacto, confiesa: “Me voy, no lo soporto más. Hace demasiado frío. El hombre tiene que saber cuando la naturaleza dice basta. Me voy”. Y sin perder más tiempo, cabalga de regreso al refugio; se le vuela la boina pero poco le importa, ni siquiera se acuerda de su chihuahua, que quedó dentro de un bolsito en el desolado paisaje patagónico.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Gastón cena conmigo


Pilar Sagarra, Mesa para dos III, de la serie "Interiores"

Carita me lo preguntó: “Che, ¿lo pusiste a Gastón ahí para que te acompañara todas las noches?”. La verdad es que no. Lo había dejado ahí porque lo quería llevar para arriba, al cuartito, pero como no tenía con qué pegarlo lo dejé en el living. Sí, Gastón está en la banqueta del living, él está pegando un revés sublime pero también está sentado a la mesa. Conmigo.
Ponemos Jamiroquai (que nos gusta a los dos) y bailamos; hacemos sombra con la raqueta para practicar el saque. A mí me sirve mucho que Gastón esté en casa. Gracias a sus sugerencias, mejoré notoriamente mi revés y puedo aguantarle la pelota a mis compañeros. Por ahora, me sigue acompañando en la cena, en la intimidad del hogar, pero en cualquier momento salimos de paseo. Nos tomamos el 12, nos bajamos en Congreso y vamos a los courts de Pasco y Rivadavia. Después de jugar nos tomamos una birrita en Bellagamba y compramos algunas cosas para la cena. Volvemos a casa y él me dice: “A mí me gusta la banqueta, yo me siento acá”. Y cenamos, cada cual en su silla.

sábado, 28 de agosto de 2010

Martín “sopita” Buscaglia



Repetirse, reinventarse, renacer. Hace un mes, en el Club Atlético Fernández Fierro, vimos a un artista re. El show de Martín Buscaglia, el hombre orquesta –como él mismo se define– es muy extraño, me resultó esquizofrénico, extravagante, reiterativo, y hasta reflexivo. Buscaglia se ve ahí en el escenario, aparece solo pero acompañado por sus instrumentos y por él mismo. Porque en su show no hay un único Buscaglia, hay muchas versiones de ese Buscaglia. Él viene con un bonus track y como sabe que tiene un plus, juega todas sus cartas. Primero saca uno que hace palmas, otro que mete un “chiqui-chiqui”, uno que interpreta los sonidos de percusión del candombe, otro que activa sonidos de videojuegos.
Durante el show me sentía en una gran sopa de fideos. Como cuando jugás con la cuchara en el plato, intentando tomar más caldo pero los invasivos dedalitos se adelantan, ganan el lugar porque quieren entrar, quieren subirse al viaje. Y en la próxima cucharada, otra vez, aparecen más y más fideitos; no se agotan, como Buscaglia, se regeneran.

domingo, 25 de julio de 2010

Piedras al 500



Mariano tiró la data. Parece que ahí en Piedras y Venezuela hay un local que comercializa bebidas alcohólicas a buen precio. “El Jack Daniels está ochenta y pico. El Beefeaters, 83”. Mariano informaba y se sumaban las preguntas: “¿y el Chivas, el Chivas cuánto está?”. Además de whiskies y gins, en Piedras al 500 hay vinos, atún y aceite de oliva. Y todo, siempre más económico que en el supermercado o en el almacén de barrio. 

Pero no cualquier cosa se encuentra en Piedras al 500, hay ciertas maravillas de la naturaleza que no están en un localucho de San Telmo. Una mujer como ella, que es linda, inteligente, que tiene rulos, que le cuelga los cuadros al novio y le arregla las lamparitas, no está exhibida en la vidriera. Para toparse con una mujer así hay que recorrer mucho y hurgar en los lugares más inhóspitos. Mariano es un chico curioso, que busca y encuentra. Mariano sabe dónde está lo bueno.   

lunes, 28 de junio de 2010

Gracias Diego


Yo le quiero agradecer a Maradona. Le agradezco profundamente el gesto que tuvo con nosotras, las chicas. Acá, en la tele local, no nos tratan muy bien. No solo porque con frecuencia nos exponen como objeto, sino porque no se muestra todo lo que vale la pena.
Un pibe que juega en Colón de Santa Fe, ya de por sí, tiene poca prensa. Y si a eso le sumamos, el puesto y la discreción de su juego, estamos sonadas. Es que en la tele no se suele entrevistar a jugadores de tercera línea. Pero en algunos casos, valdría la pena cambiar. Decíme si una aparición suya por semana no le subiría unos puntitos el rating a cualquier programa de deportes.
Por eso, cuando nadie lo tenía en sus planes, Diego jugó para nuestro equipo, nos tiró un lujo increíble y sin sonrojarse lo llamó. Le dio la oportunidad a él de ir a Sudáfrica y a las mujeres, de verlo seguido.
Y ahí está él, grabando todo con su camarita, sonriendo para nosotras, y aunque no juegue, cada tanto lo enfocan. Aparece entre los suplentes en los entrenamientos, bajándose del micro, sentadito en el banco, acomodándose el rodete, ese que tan lindo le queda, charlando y riéndose con un compañero en el reconocimiento del campo de juego, esparciendo belleza por el estadio.
Gracias Diego. Gracias por ser distinto y convocarlo a Garcé. Gracias por jugar para nosotras.  

jueves, 10 de junio de 2010

Hay algo más allá del aire


Los canales de películas, como Cinecanal, tienen programación hollywoodense cien por cien. Esto no solo implica los films más pochocleros de la industria estadounidense, sino que también abarca el espacio publicitario.
Además de tener el enorme regocijo de mirar a Jude Law interpretando a un editor-padre en Vacaciones –una comedia romántica de las que nos gustan–, en la tanda es casi más difícil hacer zapping o mirar para otro lado. ¿Por qué? Porque aparece él promocionando una cámara de fotos. Porque está más seductor que nunca, porque sonríe plenamente y mira con deseo. Porque Ashton Kutcher compite palmo a palmo con Jude Law en belleza, sensualidad y seducción. 
Pero la joda no termina ahí. Por si fuera poco, en el segundo corte comercial, cuando ya me estaba levantando para ir al baño, aparece otro seductor en escena. Y este es uno de esos maduros infalibles. Él no quiere vendernos una cámara pero le compraríamos lo que sea. En la publicidad habla con dios y le dice que este no es su momento; y claro, George, tenés razón. Queremos seguir viendo el avance de las canas sobre tu cabellera castaña y que nos sigas conquistando con cada personaje que interpretes.
Así como me enamoré del editor londinense, también me capturó el ladrón pícaro e inteligente de La nueva gran estafa y lo mismo me pasó con el chico que se saca fotos en un restorán y sonríe como nadie más puede hacerlo.
Algo que no me sucede con la farándula local porque por más que aparezcan Gonzalo Heredia, Luciano Castro y Nicolás Cabré, que son bien bonitos, no les creo nada. Y bueno, eso suele pasar con los malos actores. 
Por suerte hay algo más allá del aire. Gracias cable, por estos bellos momentos. Son inigualables.

lunes, 10 de mayo de 2010

El cuaderno de mi hermano


Leo es muy prolijo, siempre lo fue. No tiene todo tirado como yo, se ve que le gusta el orden. Y así es con todo: su caja de herramientas con cada utensilio en su lugar, los condimentos en diferentes frasquitos pero en el mismo espacio, los cables enrollados cuidadosamente, nada de hacerlos un nido de carancho. Ahora que es nómade y podría dispersarse, no, su prolijidad y orden se acentúan. Tiene todo bien acomodado en distintas casas, cada caja de objetos está rotulada: fotos, COCINA: condimentos, tés, yerba; COCINA: utensilios y cubiertos; COCINA: Súper frágil, copas y vasos; y así.
Como quiere vivir en un velero está aumentando sus conocimientos náuticos por eso una vez por semana va al curso de patrón. El otro día vino a casa después de clase y me mostró su cuaderno de anotaciones. Yo también tengo el mío que uso en la facultad, es el mismo para dos materias y sufrió, entre otros inconvenientes, un derrame de agua que provocó una inflamación y posterior endurecimiento del papel. A pesar de todo se la banca y sigue llenándose con palabras, tachaduras y gráficos pésimamente dibujados siempre en birome azul.
Pero el cuaderno de mi hermano no. El cuaderno de mi hermano es distinto. Cuando lo vi le dije: “Boludo, esto es un manual de la escuela. Mirá yo tengo uno ahí, es como un manual”. Y me respondió: “Sí, claro, es que yo me quiero hacer un manual”. Es artesanal, está hecho a mano pero está diseñado con blancos, con gráficos de colores, con viñetas, con recuadros y hasta con íconos que indican atención, zonas de interés. Para no hacerme sentir mal, me dice: “Lo que pasa es que el tuyo es un cuaderno de apuntes. Yo no tomo apuntes, ¿ves? Lo único que anoto en clase son las páginas que tira el profesor y después en casa busco en Internet y escribo lo que me interesa. Por eso está tan prolijo, porque lo hago tranquilo en casa”.
Cuando guarda el cuaderno en la mochila, veo que se asoman unos rollos de contact y le pregunto: “¿No me digas que es para forrar el cuaderno?”. Se ríe, lo niega con la cabeza y me dice que es para otra cosa. Sospecho… cuando vuelva a ver el cuaderno les cuento.

domingo, 11 de abril de 2010

Hasta Villa del Parque


Todo lo que quede en el norte de la Ciudad de Buenos Aires, a mí me suena a alejado. Puedo llegar hasta Palermo, hasta Colegiales, con mucho esfuerzo, hasta Belgrano pero más allá, no. Más allá es casi la frontera norte, es verdaderamente la otra punta. Nuñez, Saavedra, Villa del Parque, Villa Urquiza, Devoto, Parque Chas, barrios raros, chiquitos, tranquilos, poco urbanos, barrios de casas, empedrados y bulevares.
La verdad es que no hubiera ido pero el casco de bicicleta más barato que encontré en mercado libre había que ir a buscarlo a Villa del Parque, o al menos, así lo anunciaba el vendedor. Lo pienso bien porque es un viaje, pero armo todo como para moverme el jueves semi feriado: voy desde el trabajo (en Almagro ya estoy a mitad de camino) y a la vuelta, viajo sentada, tranqui, en el 24 hasta Barracas.
Cuando llego a San Nicolás y Santo Tomé, compro el casquito y el vendedor que supuestamente era de la zona no tenía “ni idea” dónde paraba el 24. Entonces voy hasta la esquina y en Lusito –una de esas heladerías ochentosas, un local enorme lleno de mesas de vidrio color fumé y paredes de espejo, me hizo acordar a la vieja Saverio de San Juan y Catamarca–, le pregunto a la cajera. La señora tenía un ojo desviado, lo que de movida, me puso un poco incómoda, porque en esos casos nunca sé a qué ojo enfocar.
-Disculpáme, ¿sabés dónde parará el 24?
-¿Qué?
(Reformulo porque ese futuro sonó confuso) -¿No sabés dónde queda la parada del 24?
-Ah, acá en la esquina.
(Dudo, mucho) -¿Si?
-¿Vos para dónde vas?
-Para Avellaneda.
-Ah, pero ese va al centro.
-Sí, está bien, pero llega hasta Avellaneda.
-Si vas a Avellaneda te tenés que tomar el 24, no el 124.
(Desisto de un intento de explicación) –Bueno, ¿y dónde me puedo tomar el 24?
-¿El 24? Ah, pero para el 24, te tenés que ir hasta Villa del Parque.
-…
-Hasta Villa del Parque tenés que ir. Sino, te tomás el 124 acá en la esquina, pero ese te lleva al centro.
-¿Y cómo hago para ir a Villa del Parque?
-Para Villa del Parque agarrás esta y caminás hasta Cuenca, son como 7 cuadras, ahí llegás a la Plaza de Villa del Parque y te podés tomar el 24, pasa por Cuenca. Pero preguntá porque a ver si te lo tomás para el otro lado.
-Bueno, igual si me lo tomo para el otro lado, el colectivero me avisará porque el recorrido termina por acá, ¿no?
-No, termina en Villa del Parque.
Antes, nombré los barrios más conocidos del norte de la ciudad, pero además están unos barriecitos que de tan pequeños, solo los conocen en Luisito. Mirando el mapa, veo que pegados a Villa del Parque están Villa Santa Rita y Montecastro, seguramente Luisito queda en alguno de esos, aunque la señora no me quiso develar en cuál.

sábado, 3 de abril de 2010

Me gustan los chicos seductores


No me había dado cuenta, en 26 años, de esta verdad. Pero es así, no hay con qué darle. Un chico pasa desapercibido hasta que me empieza a seducir y ahí se vuelve interesante, atractivo, deseable.

Me gustan los chicos que te miran y con una sonrisa te dicen “Hola, ¿cómo estás?”, mientras posan su mano sobre tu hombro y te hacen un mimo, un mini masaje conquistador.

Me gustan los chicos que parecieran protagonizar escenas cinematográficas. Esos que se sientan solos, sin compañía en la punta de la barra de un bar y se piden un cóctel o una botella de vino para saborearla de a poco. Esos que te miran intesamente de lejos, que tantean la situación desde su banqueta y no se apresuran, esperan el momento oportuno para acercarse y sorprender revelando de golpe toda su confianza, toda su sensualidad, todo su control.

Me gustan esos chicos, no sé porqué, es llamativo, no creo que congenien mucho con mi perfil pero me gustan así.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Palabras más, palabras menos


-Buen viaje y cuidáte. Te amo mucho, hijo.
-Yo también.
La imagen era por demás llamativa: a punto de salir el tren, un padre joven acompañando a la estación a su hijo adolescente, que tenía un look entre rapero y basquetbolista: el pelo teñido, la cara poblada por piercings, las uñas semi despintadas de negro, la mochilita de Metallica, llena de escritos en liquid paper, la gorra roja y negra que rezaba: “Truth hurts”. Las palabras que se dijeron fueron muy expresivas, después se fundieron en un abrazo y se despidieron. El chico viajó a mi lado porque se quería volver a su casa, se había embolado en Mar del Plata.
-Estos asientos son de los 80, 70, por ahí, ¿no?
-De antes. De los 60, o de antes deben ser. Estos trenes los trajo Perón en los 50, más o menos.
-¿De dónde los trajo?
-Creo que de España.
-¿Cuántos compró?
-No sé, qué sé yo cuántos.
-O sea que podemos decir que estamos en un tren peronista.
-Jaja. 
Un diálogo extraño para esos personajes, palabras que me quedaron sonando durante las siete horas de viaje, retumbaban, pasaban de un oído a otro en el balanceo del cuerpo que acompañaba al movimiento del tren, condimentaban el paisaje bonaerense de ruta 2, y campos verdes, bien verdes por la lluvia.
-Te amo mucho, hijo.
Palabras sinceras, simples pero difíciles de pronunciar, que no se dicen a menudo. Palabras que se escupen mucho en la tele, en las novelas de la tarde o en las de la noche, pero que no son sentidas, no son como estas.

sábado, 20 de marzo de 2010

Contraimagen

No los conté pero deben ser al menos 10 kilómetros. Sí, esa debe ser la distancia entre la casa de mi abuela y La Morocha, una de las playas del sur de Mar del Plata. Bien al sur, pasando Punta Mogotes, pasando El Faro, en la ruta que va a Miramar.

Antes de encontrarme con ella, yo estaba todo el día en la otra punta, en las playas del norte, porque quedan más cerca, porque son más despobladas y porque podía entrar con la bicicleta. La bici me acompañó siempre a la playa. ¡Hasta fue a Santa Clara! Y esta vez no iba a ser la excepción. Ni la hora, ni la temperatura, ni las pronunciadas lomadas de la ciudad feliz impedirían que yo fuera motorizada a La Morocha.

Salí once y cuarto porque había quedado en encontrarme con ella a las 12, justo en la entrada. No tenía idea cuánto iba a tardar pero dije, por las dudas, salgo con tiempo. El camino se hizo duro, difícil, arduo. El sol lastimaba a pesar del protector solar, el viento se volvía en contra y era caliente como la arena. Las calles en subida se multiplicaban y el camino era como un laberinto, no podía encontrar el destino.

No miré nunca el reloj pero me daba cuenta de que una vez más estaba llegando tarde. Hacía lo imposible para pedalear más rápido pero estaba agitada, el sudor recorría todo mi cuerpo, se me empañaban los anteojos de sol.

A las doce, doce y diez llego, miro enfrente y la veo: ella estaba ahí parada casi en la puerta del autocamping. Rubia, vestida de azul como siempre, con su vinchita con cascabeles, con la musculosa semi puesta, el corpiño de la bikini que se asomaba, broceándose, cosechando piropos. Yo, llegué acalorada, agitada, despeinada, empapada en transpiración, me sentí el ciclista de Las trillizas de Belleville y ni siquiera recibí una palabra de aliento en todo el camino.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Tarde-noche de tenis


Empezó el 2010 y volví  a los courts. Hace rato que fantaseaba con la idea, pero mi corto presupuesto (para más detalles, ver post anterior) no me dejaba avanzar, dar ese primer paso. Sin embargo, un día de semana, caminando por Congreso, me llama la atención un cartel: “Tenis: 4953-0044”. Simple, corto, conciso. Lo recordé y llamé porque pensé que podría ser una señal. Y no me equivoqué, hay una opción interesante de clases grupales por $160 mensuales, que para este deporte, resulta un buen precio.
Fui nomás y quedé fascinada. No tanto por la clase en sí –somos cinco chicas– pero más por el lugar. Es una terraza ocupada por tres canchas de polvo de ladrillo, rodeada de edificios antiguos. El cielo estaba cubierto, avisaba lluvia, el viento levantaba polvo, las pelotas se multiplicaban y las cúpulas de los edificios asomaban cerca nuestro, fijas como estatuas, inamovibles, marcaban su presencia, imponían respeto.
Y yo, otra vez con mi raqueta en mano, pegando derechas largas que se iban afuera, reveses flojos, y yéndome a la red con poco pero con decisión, ganando algunos puntos, perdiendo pocos, alentando a las compañeras, haciéndole chistes al profesor... Contenta, muy contenta.

martes, 23 de febrero de 2010

Noche de película


El Gaumont es el lugar ideal para nosotros los consumidores de cultura que tenemos los bolsillos flacos, que siempre intentamos armar programas de bajo presupuesto. Somos los que ganamos menos del mínimo, los que no tenemos un trabajo fijo, los que estamos desocupados, los que pagamos expensas o alquileres siderales, los que rara vez nos damos un gusto, los que apenas si podemos ahorrar para las vacaciones, los que llegamos con lo justo a fin de mes. Nosotros, al Gaumont, deberíamos rendirle homenaje; propongo hacerle un monumento humilde, con llaves fundidas, ahí nomás en la Plaza del Congreso. Porque no solo la entrada es una bicoca –$6 los adultos–, sino que además, nos ofrece películas inolvidables. Sede del Bafici, del festival Nueva Mirada, y de films de autor que deambulan en el circuito off. Y todo, en calidad fílmica, no como las cadenas Arteplex que por $23 te pasan casi la misma programación –actualmente en ambos cines se repiten Cinco días sin Nora, Los viajes del viento y Andrés no quiere dormir la siesta– pero en formato digital.

A ese lugar maravilloso fui la semana pasada a ver una de esas películas latinoamericanas que pintan bien. Los viajes del viento es la historia de un juglar colombiano, un acordeonista que va de pueblo en pueblo batiéndose a duelo con otros, demostrando su talento para tocar y armar canciones en el momento, divirtiendo y haciendo bailar al público. Este personaje emprende un viaje inolvidable por el norte de su país con la intención de devolverle el acordeón a su maestro.

El viaje es inolvidable para Ignacio, el juglar, para Fermín, su acompañante, y no me quedan dudas que para nosotros, los espectadores. El director desnuda paisajes que son impensados, al menos todos juntos, en un mismo film: sierras verdes, campos llenos de sembradíos, atardeceres dorados, madrugadas solitarias subexpuestas que apenas distinguen una silueta de un joven y su acordeón como si se integrasen en uno solo, una casa precaria aislada en un valle, almas solas que recorren un camino, tradiciones fuertes, profundamente sentidas, música tradicional, de la tierra, rostros que se esconden debajo de un sombrero para protegerse del sol que golpea duro, agua de sudor, agua salada, ritos aborígenes, salares desérticos, gente que se viste de blanco, gente que se viste con muchos colores, gente que baila, que canta, que se mama, que se divierte, que se pone violenta, que trabaja.

La música y la poesía de la imagen toman un camino fantástico, viajan lento, se mueven despacio al ritmo del viento, y nosotros saboreamos de a poco ese manjar, como si la película fuera un chocolate que lo cuidamos, lo mantenemos el mayor tiempo posible en la boca para poder disfrutarlo al máximo, para retener siempre ese sabor dulce y placentero.  

miércoles, 17 de febrero de 2010

Noche de carnaval


Acá, en Río, en Salvador, en Montevideo, en La Paz, en General Guido, en Gualeguaychú, febrero es carnaval. Cada uno tiene su impronta: el de Río es el “mais grande do mundo”, el de Salvador, el mais louco, el de Montevideo, el que más dice, el de La Paz, el más ritualista, el de Gualeguaychú, el más caro –según Clarín–, y el de General Guido, es el Gualeguaychú del subdesarrollo, según lo definieron por ahí.
El de Buenos Aires no es nada de eso, es distinto a todos. Los viernes, sábados y domingos desde las 19 y hasta las 2 cada barrio le cede un espacio de alrededor de tres cuadras al corso. Los lugares son fácilmente identificables: unos banderines de colores que cuelgan a modo de pasacalles, una vallas apoyadas en la pared y un escenario, marcan la zona.
Alrededor de las seis de la tarde ya empiezan a aparecer los vendedores de espuma en aerosol que vienen súper cargados porque el producto es furor. Hasta hay estrategias de ataque. La idea es que nadie se dé cuenta de que cargás con el pomo, las chicas lo esconden en la cartera y al pasar le echan a algún desprevenido en la cara: los ojos, las orejas y la boca son los puntos clave. Se arman duelos, corridas y ataques cobardes, de todos contra uno. Hay mucha guerra de género y ojo con las hijas celosas, porque suelen defender con mucho énfasis a sus padres. 
A las 10 se empieza a poner, las murgas pasan de a una –son tres por noche– con un vallado que las deja exhibirse en libertad mientras el público, amuchonado, intenta algún restringido paso de baile. Hay, también, unos chicos con chaleco verde que son los encargados de correr unas soguitas al ritmo de la murga: cada vez que los murgueros dan un paso más hacia la zona del escenario, la soguita les va ganando espacio y el público se apropia de la calle.
Ya en el escenario hacen su show. Por lo general cantan o bien canciones de protesta, al uso uruguayo, o bien canciones de tinte más televisivo, que aluden a la farándula y los personajes del momento. Entre murga y murga, hay tiempo para que suban grupos de cumbia o si el presupuesto es escaso, para escuchar algunos temas de La Nueva Luna, que anuncia el presentador.
En esas horas de carnaval me di cuenta de que la murga es el pueblo y el pueblo somos todos: los piratas, los infantiles, los provocadores, los serios, los divertidos, los viejos, los niños, los jóvenes, los punkies, los hippies, los negros, los blancos, los bronceados, los gordos, los flaquitos, los feos, los lindos, los locos, los cuerdos, todos.   

domingo, 7 de febrero de 2010

Noche de diapositivas

Un domingo cualquiera de estos calurosos que venimos teniendo salgo a la tarde-noche rumbo a la casa de mi hermano. Leo está en pleno vaciamiento porque quiere vender la casa y se empezó a deshacer de sus cosas: mesa, sillas, computadora, reproductor de CD y DVD, televisor. Vive con poco y está bueno, vive bien.

La picada la armaron entre él y mi viejo en la cocina, yo esperaba muy pancha en el sillón y jugaba con las pocas cosas que quedan ahí a mano: giraba la cabeza hacia un costado para adivinar los títulos de la biblioteca, mezclaba los posavasos como si tuviera un mazo de cartas, intentaba en vano desatar un nudo de marinero de una soga.

Entre los libros de la biblioteca se asoma una caja de cartón de tamaño mediano que dice “Paximat”. No pareciera decir mucho, al menos a mí no me dice nada, sin embargo allí dentro, en su caja original, está el proyector de diapositivas. Ese mismo que sacábamos cada tanto en mi casa de Catalinas Sur o más acá en el tiempo, en mi otra casa de Barracas. Al que le soplábamos el polvo, las pelusas y enchufábamos para ver la magia: fotos de otra época, de cuando a mi papá le atraía la fotografía, de cuando era joven y capturaba imágenes luminosas, estéticas, profundas, llenas de sensaciones. Algunas gaviotas que sobrevuelan el mar, días fríos y abrigados en el sur, bigotes de los 70, chicas jóvenes con modelitos psicodélicos.

Mi hermano se deshizo de muchas cosas, pero no de lo importante. Ese domingo cualquiera recuperó tiempo, historia y puso a funcionar esa pequeña maquinita para deleitarnos con el color de las diapositivas. Esta vez el paisaje fue otro: imágenes rocosas de un viaje a Los gigantes, en Córdoba; el Irizar y el trabajo de sus tripulantes en la soledad de la Antártida. Pero la sensación de estar en otra época, persiste. Sin aire acondicionado, apenas un poquito ventilados por un turbo de hace 20 años, la música de los viejos Pericos que salía de un cassette original y las diapositivas ahí proyectadas sobre la pared eterna, de casi cuatro metros de altura, en la oscuridad de la noche. Gracias Leo.      

jueves, 21 de enero de 2010

Diario de viaje


Hace más de una década atrás, en la Argentina menemista, yo me iba de viaje a Europa. Pero no era un viaje más, si bien no era la primera vez que pisaba el Viejo Continente, iba a descubrir muchas cosas en mi viaje de 15 acompañada solamente por mi papá.

Hoy, a los 26, mi realidad es bastante distinta: ni siquiera me voy de vacaciones, entre otras cosas, porque no tengo una moneda. Pero qué mejor que recordar lo bien que la pasábamos leyendo unos fragmentos del diario del “Viaje a Italia, Francia y Gran Bretaña”. Transcribo:


Sinceramente, la estamos pasando muy mal aquí entre el mar y el sol de la Costa Azul. Estamos muy cansados ya que pasamos todo el día tomando sol en reposeras suaves y acolchonadas y nadando por las tibias y transparentes aguas de Niza.
[…]
La pregunta que me hacen todos (¿qué te gustó más?) creo que no la voy a poder contestar porque cada lugar, cada ciudad tiene su encanto: Edimburgo tiene unas colinas espectaculares y es una ciudad muy linda para vivir porque es tranquila. La verdad que Escocia es preciosa.


París, que se puede decir que no se sepa de París. Me pareció, además de una ciudad hermosísima, una ciudad muy completa: todo lo que querés encontrar está en París y también muy práctica, tiene una red subterránea excelente.


Londres es una ciudad hermosa (aunque a papá no le gustó mucho). No es tan práctica como París pero sí tiene una variedad de culturas impresionante. Además es distinta a todas las ciudades europeas. Londres son palabras mayores.


Niza, una ciudad de playa muy linda, grande, con puerto pero tranquila. Es muy, muy linda ciudad.
York, mejor no hablemos.


Y finalmente me queda Milán, que es una ciudad italiana, y eso dice que tiene que ser muy linda, porque no hay, no conozco, ciudad italiana que sea fea.


El Duomo de Milán es el edificio más impactante que vi, es muy grande y espectacular!


Creo que no me quedó nada en el tintero, y si es así, que lo agregue el viejo, porque yo ya me cansé de escribir (se nota por mi letra ¿no?). Bueno lo lamento y pido disculpas. 


Solo me resta decir CHAU! Y ¡Hasta el próximo viaje!

jueves, 14 de enero de 2010

Al borde del suicidio o al borde de un ataque de nervios


Antes de ir a terapia pasás por la dietética para comprar un poco de harina integral porque la cena ya está pensada. Llegás a tu casa a eso de las nueve, enseguida te ponés a cocinar sin receta a mano, pero con el tip que te pasó una amiga el día anterior. Una masa de tarta de harina integral es simple: harina, aceite, sal y agua, la amasás y ponés en la tartera. Ponés las verduras, un poco de queso, un huevo y al horno. Sale rico, comés frente al televisor, mirando Ciega a citas, riéndote y al mismo tiempo, identificándote con la protagonista. Tuviste una buena cena, una buena noche, tranquila, solitaria pero linda. Volvés a la cocina para poner la tarta en la heladera y lavar los platos. Vas a guardar el aceite en la alacena pero un bichito que camina por la puerta te sorprende. Lo matás, pero adentro, en la bandeja donde apoyás el aceite, ves otro que camina por el papel de cocina. Y buscás más atrás y aparece otro cerca del vinagre, y otro cerca de la miel, y otro cerca del pimentón español. Acá hay algo que no está bien, pensás. Y llegás al pan rallado, ese que te dio tu mamá una vez hace más de un año. El pan rallado es color arena, pero no este, este es color negro. Te da asco, impresión, y tirás todo: el vinagre, la miel, el pimentón español -¡cómo te dolió eso!-. Y te agarra un ataque, empezás a sacar todos los cubiertos y los ponés en la pileta, limpiás los frascos con un trapo y vaciás la alacena para echarle lavandina y desinfectante. Pero a pesar de todo, siguen caminando bichos, no se van, siguen por allí. Entonces te das cuenta de que vas a estar horas limpiando sin sentido, hoy no vas a poder matarlos a todos. Secás los cuchillos que lavaste recién y los mirás con buenos ojos: ¿y si te clavás uno de estos? Lo desechás enseguida, no tienen mucho filo, más que un corte superficial no te van a hacer. Se te ocurre otra cosa: ¿por qué no bajar un cambio? Buscás con desesperación y ansiedad en la latita de Bob Marley, por suerte algo queda. Vas a la terraza, te acordaste de que tenés que regar las plantas. Llenás de agua la regadera y con dificultad lo encendés, prende y tira, tira como loco, tira para arriba. Te reís, tocás las plantitas, la tierra está húmeda. Bajás, te sentás en la cama, ya más calmada mirás el reloj, son las 2.25 de la mañana, pensás en la película Mujeres al borde de un ataque de nervios, podrías ser una chica Almodóvar, te decís, y, riéndote, te vas a dormir.

jueves, 7 de enero de 2010

Caja de herramientas


Las tareas de la casa no son santas de mi devoción. Reconozco que no me gusta limpiar nada: ni barrer, ni pasar el trapo, ni limpiar los baños, ni la cocina. De hecho hay cosas que no hago, y creo que no haré, hasta que logre ser potentada como para poder contratar una empleada de las artes del hogar. Nunca, en estos cuatro años y medio que vivo acá, limpié los vidrios de las ventanas. Jamás. Y reitero: no creo que lo haga algún día. Hay que decir que al ser vidrios antiguos, de esos arrugados, la mugre se camufla, al menos un poco. Pero cuando les da el sol directo no hay nada que hacer, la tierra se ve desde cualquier ángulo.   

Así como no me gusta limpiar, tampoco me gustan los menesteres que insuman mucho trabajo y tiempo en la casa –excepto cocinar-. Me fastidia que se quemen las lamparitas porque nunca logro juntar ganas para cambiarlas, no me animo a hacer agujeros con el taladro por miedo a que se me quiebre toda la pared o que pinche un caño sin querer, me da demasiada pereza hacer la jardinería, y hasta me cuesta encontrar ganas para algo tan simple como clavar un clavo.
Sin embargo, de vez en cuando, hay que arremangarse y ponerse manos a la obra. Es así que hoy decidí hacer la jardinería y saqué una cantidad de yuyos increíble. No conforme con eso, arriesgué y fui por más: me animé con la electricidad. Después del laburo de hoy, creo que ya encontré mi vocación, sin dudas, lo mío son las luces, los cables, la cinta aisladora y la caja de herramientas.
Hasta fui a la ferretería a comprar destornilladores (uno Parker y otro plano porque no todos los tornillos son iguales) y después tuve que volver porque necesitaba cinta aisladora para unir cables. Ahí fue cuando entablé una linda conversación con el ferretero:
-Cinta aisladora y dos lamparitas más de 40, por favor.
-¿Qué te pasó: se te rompieron o te quedaste corta?
-No, no, me quedé corta –canchereé.
-Ah, está bien.
-Y una pinza, no pico de loro, una normal.
-¿Te mudaste?
-No, no. Me faltan herramientas.
-No, digo, quizá... Una pinza universal, ¿así te parece bien? (La saca de la bolsa) Fijate si la podés manejar.
(Abro y cierro la pinza como si estuviera chequeando el cierre de una prenda). –Sí, está bien. Perfecto.
-¿Vos tenés cajas de herramientas? –le pregunto con cierto interés.
-Siiiiií, ahí arriba. Ahora te muestro.
-¡Eeeehh! No, pero son muy grandes.
-Nooo, esas son chicas. Ahora te muestro, vas a ver.
-¿Y cuánto cuesta esa, por ejemplo?
-Ya te digo… Esa te sale 45.
(Me sorprendo porque me resulta muy barato, pero no demuestro nada con mi cara de póker).
(El ferretero busca la escalera, se sube y baja la caja de herramientas, con sorprendente facilidad, como si no pesara ni un gramo).
-Acá tenés un compartimento, y ponés tornillos, clavos. Acá hay otro para lo mismo.
(La abre y la caja sigue vacía, pero tiene un sobre piso que está por levantar)
-Acá ponés las pinzas y las herramientas que vos quieras y –levanta el sobre piso- acá ponés las herramientas más grandes.
-Bueno, buenísimo. Después lo veo. Gracias. Hasta luego.
Camino a casa me reía sola, nunca pensé que el ferretero me iba a mostrar una caja de herramientas vacía, sin utensilios, ¿para qué quiero una caja vacía si no tengo con qué llenarla? Está bien que ahora tengo dos destornilladores, una pinza universal y un rollo de cinta aisladora blanca, pero todo eso no alcanza ni para hacer bulto en el compartimento de los clavos. De todos modos, por algo se empieza, ¿no?     

sábado, 2 de enero de 2010

Orgullo padre



Un hijo, cuando se vuelve grande, suele darle enseñanzas, verdaderos aprendizajes de vida a sus padres, y ellos, por supuesto, orgullosos. “¡Qué inteligente que es mi hijito!”  bien podría decir un papá contento, inflando el pecho.
Algunas enseñanzas son más solemnes que otras, podemos hablar de lecciones de vida o simplemente de pequeños descubrimientos que parecen insignificantes pero no lo son.
-Vení, viejito, mirá. Frotále un poquito el tallo y vas a ver el olor que tiene… ¿sentís? Está buenísimo, es re linda la plantita, re linda.
-¿Y esto se fuma?
-No, después florece, la flor es como si fuera uno de estos capullos, así, pero mucho más grande, y eso se fuma. Tenés que ver si es macho o hembra, porque sólo las hembras sirven, si es macho no se puede fumar. En Europa te venden la semilla ya germinada por 45 euros.  Te aseguran de que es hembra.
-¿Y esta la compraste?
-No, acá no se venden. Estas las planté yo, no sé qué son, pueden ser macho o hembra. Generalmente salen más machos que hembras.
 Ahora, y gracias a la enseñanza de mi hermano, mi papá puede armarse un jardín de plantas de cannabis en su casa para que nosotros vayamos a visitarlo más seguido.