martes, 24 de febrero de 2009

Comer bien, comer mal


Ir a comer afuera es un plan que hacemos de vez en cuando, sobre todo por una cuestión financiera. Cuando nos jugamos el billete, por supuesto, pretendemos que todo salga bien. De no mediar ningún imponderable, lo más importante es la comida: si comés rico, te podés dar por satisfecho. Pero nosotros no nos conformamos con eso, también le echamos el ojo a la atención, la higiene, el confort.

Hay muchas situaciones que te pueden sonar una cena. La lentitud del mozo, que te traiga un plato que no pediste, que no haya sal en la mesa –o en su defecto que se haya humedecido y no salga-, que la carne esté bien jugosa, sangrante, en vez de a punto, como la habías pedido, que sobrevuelen los insectos y te piquen los mosquitos, que las sillas sean incómodas, que la mesa esté inclinada…

A veces todo esto no sucede, es decir está todo dado para pasar una noche impecable. Sin embargo existe alguna conspiración contra el buen vivir que se hace presente justo cuando pensábamos que nada malo podía pasar. Es ahí cuando aparece un personaje nefasto: el canchero argentino. Se sienta justo en la mesa de atrás, habla fuerte y antes de saludar a la moza, le dice:
-Crédito sí, ¿no?
La moza, con cara de “no hablamos el mismo idioma”, suelta un:
-¿Qué?
-Tarjeta de crédito, ¿tenés? –amplió un poco el concepto para que los normales entendiéramos.
La moza le dice que no trabajan con tarjetas, pero él se sienta igual, cruza las piernas, se fuma un pucho, habla fuerte y le da cátedra a sus amigos extranjeros. Para que nadie se pierda su interesante monólogo, dice a los gritos:

-Cuánto más al norte vas, más cálidas son las mujeres (sic). Es loquísimo pero es así. Ni te conviene mirar minas acá en Buenos Aires, acá las minas son muy complicadas. Te re cuesta llevártelas al telo. En cambio si vas a Misiones, ponele, vas a ver que las minas son re lindas y son mucho más fáciles. De una te las llevás al telo. Yo creo que es por el clima, donde hace más calor, las mujeres son más calientes. ¡Y no sabés lo buenas que están las minas allá!

Por suerte yo ya estaba terminando la degustación de platos mexicanos, pero me compadezco de los que recién empezaban a comer.

sábado, 21 de febrero de 2009

Oscar


Se vienen los Oscar y todo remite a él. Recuerdo haberle dicho: “Los Oscar no tienen mucho prestigio. Me causa mucha gracia cuando en el cine anuncian una película: ‘Del director equis, ganador del Oscar’. Como si el hecho de tener un Oscar garantizara algo…”. Fue gracioso porque dije eso sin darme cuenta de que estaba dialogando con un chico que se llama como la estatuilla hollywoodense, con acento en la “o” y no en la “a”. Pero, de todos modos, él coincidió; éste es un Oscar inteligente.

El 22 es el gran día para el mundo del espectáculo internacional, pero a mí eso no me importa. El tema es que vengo escuchando ese nombre hasta el cansancio. Por si fuera poco, el colectivo pasa por la calle Corrientes, donde, entre tantísimos carteles de publicidades, hay uno que es protagonista: “Oskar calzados”. Y además, voy a Floresta, un barrio que en la perra vida piso, y una de las pocas calles que tiene señalización es “Bogotá”. En el crucigrama del domingo pasado de Página 12, me toca escribir “bogotano” que responde a “natural de Bogotá”. Sin contar la cantidad insoportable de colombianos que me cruzo en el colectivo, en un bar, en la calle…

El mundo Oscar se va a terminar esta semana. Espero que mi mundo Oscar también se cierre, aunque me gusten las películas con finales abiertos.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Leonardo, Kate & Sam


El domingo me fui del cine con la sensación. Esa sensación que cada tanto se nos da: la de haber visto una gran película. En el momento en el que la pantalla se fundió a negro y empezó a correr el listado de créditos, me di cuenta de que iba a ser difícil ponerse de pie, mirar a mi amiga y salir de la sala como si nada hubiera ocurrido. De hecho fue tan difícil que con Paola nos miramos pero no nos pudimos hablar, recién afuera descargamos un “uh”.

Para los que no la conocen, Pao es una chica de lengua fácil y casi nada le quita el habla. Una película que la deja sin palabras es una película con mayúsculas. Sólo un sueño pudo con ella, y conmigo, y creo que con gran parte del público que estaba en la sala del Hoyts Abasto.

Una película que te deja pensando, que propone reflexionar sobre algunos temas en general; replantearse algunas actitudes y decisiones que tomamos en la vida. Una película simple, con grandes actuaciones, con planos cerrados, con panorámicas aparentemente vacías que comunican mucho.

Dedos que se enredan en el cable del teléfono; un living ordenado, con los muebles en su lugar, lleno de luz y sin embargo oscuro; una chica que se emborracha, baila desenfrenadamente y termina la noche con una relación fugaz en el asiento de un auto. Todas escenas perfectamente craneadas por Sam Mendes -también director de otra película realista: Belleza americana-, e interpretadas con inigualable carácter por Kate Winslet y Leonardo Di Caprio.

El film está basado en la novela de Richard Yates Revolutionary road -el mismo título de la película en inglés-, que me dieron ganas de leer pero lamentablemente no se consigue fácil en Buenos Aires.

Algo parecido me pasó cuando fui a ver Crónica de una fuga; salí con ansias de leer Pase libre. En esa oportunidad tuve más suerte, mi amiga Ayelén me prestó el libro, propiedad de Pablito U. Lo terminé de leer en Uruguay y se lo devolví a su dueño meses después con restos de arena y humedad de mar. Ahora, si alguien me consigue la novela de Yates, prometo entregarla en tiempo y forma.