miércoles, 13 de agosto de 2008

Hipólito y Paula

Ahora pertenezco a ese grupo de jóvenes independientes que trabajan, se mantienen, salen, intentan hacer deporte, estudian, son consumidores de bienes culturales y por si fuera poco, se les canta ir a terapia. Porque no se dice ir al psicólogo (yo sí porque todavía no estoy en la onda); nosotros los que necesitamos que un “profesional” nos escuche (como si no alcanzara con la cantidad de oídos que taladramos diariamente), decimos: “Voy a terapia”.

Y bueno, yo también caí en la joda. ¡Y cómo caí! Estoy atrapada en las garras de Hipólito que ayer se posó sobre mi falda y me pidió unas caricias que yo brindé con cariño. Sí, un gato y yo unidos en el consultorio-casa de Paula, mi psicóloga y la dueña del gato. “Hipólito es un seductor -me adelantó ella-, nadie se le resiste. Mirá como lo acariciás... vos que le tenías miedo”.

Pero no nos quedemos con el gato, no pasa sólo por ahí. Paula me hace sentir cómoda, me hace sentir bien. Me siento en su diván-cama y a medida que transcurre el tiempo me voy apoyando cada vez más sobre la pared, quedo semi recostada y agarro un almohadón y juego con las hilachas que sobran del cubrecama blanco de hilo -seguro que Hipólito algo tuvo que ver-. Hablo de lo que sea, me pregunta cosas, me deja pensando, me tomo mi tiempo, busco la respuesta en el placard de madera, o en el reloj de la biblioteca, en la silla antigua del escritorio o en su agenda y su celular que descansan sobre un puf. La busco y quizá no la encuentro pero sigo pensando.

Paula me dijo que si me siento triste o estoy mal, puedo recurrir a ella, que la llame, que le mande un mensaje, que le mande un mail o incluso que le escriba por MSN. Porque además de ir a la psicóloga, la tengo incorporada al Messenger. Por supuesto que nunca le hablé, pero sé que está ahí “por las dudas”.

La sesión termina y la verdad, coincido con ella, “se pasó rápido”. No sé si corresponde pero le pregunto si vive ahí, si vive sola, si además trabaja en otro lado... ¿Me puedo tomar esas licencias? Qué sé yo, pero es lo menos que puedo hacer. Paula estuvo casi una hora prestando su completa atención a la sarta de pelotudeces que dije.

Es cierto, es su trabajo y yo le pago pero igual me siento en deuda -es que cobra a mes vencido así que de mí no vio ni un peso-. Por suerte me hice amiga de Hipólito, que incluso me acompañó hasta la puerta para despedirme. “Chau Hipólito. Nos vemos la semana que viene”, me fui sonriente, contenida, querida.

La imagen me la robé de acá. Está linda la galería, pueden chusmear.

5 comentarios:

AYE dijo...

Yo el otro día me enojé y mucho con la mía, por algo que me dijo. Y, por lo que contás, la tuya es mucho más copada: cambiamos?

AYE dijo...

Encima Paula es un nombre excelente.

Princesa Turquesa dijo...

Coincido con lo del nombre, y con lo de los gatos; el otro día una (gata)amiga intentó seducir -sin éxito- a mi conejo empetrolado...

pd: y ni me hagan pensar en Gaudio!

Inés Lerda dijo...

me parece que no da que vos digas que el nombre está bueno...
qué lindo que es gastón! lo vi dos veces en puerto madero y me llamó la atención el culo. Hermoso.

Princesa Turquesa dijo...

Seee, el mejor del circuito, lejos...!

pd: lo del nombre es irónico, cuando me dicen PAULA -así, todo entero- siento que me están retando