lunes, 1 de diciembre de 2008

El subte y el placer


He leído varios blogs en los que la gente se queja de la travesía que implica viajar en subte. Que el calor, que vamos todos amuchonados, que el sudor, que el aliento a ayuno, alcohol o provenzal…

Yo también lo sufro pero no todo es negativo. De vez en cuando el subte nos da una alegría y lo que era una travesía molesta, incómoda, se puede convertir en un viaje del mayor de los placeres.

El otro día estaba en la línea A totalmente desprevenida, pensando en nada, sólo esperando que llegara la estación Lima para combinar con la C. Uno de esos momentos muertos del día en los que no pasa nada. Hasta que pasa. A mí me despabiló una brisa suave y fresca. De repente sentí muy cerca de mí un perfume familiar que me enloquece. Cerré los ojos, inspiré profundo y sonreí. Ese aroma dulce, sensual, equilibrado, ese perfume exquisito, estaba otra vez conmigo.

Me ilusioné, me dejé llevar y completamente extasiada intenté identificar al hombre que destilaba ese olor. No fue fácil, sobre todo porque lo tenía que hacer con disimulo y es bastante complicado inspirar profundamente y pasar desapercibida al mismo tiempo. Pero logré ubicarlo y aunque no era el esperado, a partir de allí el viaje se volvió infinitamente placentero.

Casualidad o no, él se bajó en Lima y yo apuré el paso para no perderme ni una pizquita de su perfume. Su estela me guió por el andén, por las escaleras, por el pasillo, hasta que el destino nos separó. El se fue para Retiro y yo para Constitución.

5 comentarios:

De Tal Palo dijo...

Ahora entiendo todo...Te distraes oliendo machos y te chorean, reina.

Princesa Turquesa dijo...

Ey!, acá que no nos ve nadie...me decís cuánto te debo de los pasajes?, así te lo doy en mano!!!
Besitos y gracias x el trámite...

Julia dijo...

Los olores fatales! Yo tambien tengo un olor que de vez en cuando vuelvo a encontrar en algún hombre extraño o ajeno...

Anónimo dijo...

Leyendo lo que escribiste –y no sin antes admirarme por esa escena en la que intentaste inspirar profunda y disimuladamente- sentí la necesidad de contarte lo que me pasa a mí cuando viajo en subte. En principio, lo hago poquísimas veces. En el último año acaso dos, o tres. Y siempre me quise bajar antes del destino final. Lo hice alguna vez, o dos. No es el calor lo que me agobia; no es el contacto. Siento otro tipo de encierro. Que me comprime el alma. Y entrecorta el aliento. Nunca subo en hora pico y sin embargo, esa opresión me ahoga hasta las lágrimas. Las disimulo si puedo, las enjuago para adentro. Y me atragantan.

Hay una mujer con la cabeza quemada que describe detalladamente la operación a la que fue sometida –y la parte del cuerpo que le fue injertada. Intento no mirarla, pero me arde ignorar. Trago, y si pudiera acelerar la velocidad para que se bajara, lo haría sin piedad.

Sube un hombre entonces. Dice que tiene SIDA –no es que no le crea, pero me parece más triste sentenciar su enfermedad- y no puede trabajar. Del hombro cuelgan un chico, y un dejo de dignidad. Uf, recién estoy en Olleros, y ya me quiero bajar!

Alguien despierta mis piernas con un porta DNI. No hay plegaria. Ni cruce de miradas. Simplemente, me lo deja ahí. Podría haber sido una linterna, hebillas para el pelo o un monopatín. La respuesta hubiese sido la misma. 90% de colectiva indiferencia y un 10% de culpa por no poder retibuir. Conjeturas. Miserias humanas rematadas al mejor postor.

A veces me parece que el subte es como el suelo debajo de una infinta alfombra donde barremos todo lo que no queremos ver. Una suerte de vodevil de tragedias que se abren cíclicamente para no terminar. Con suerte, 15 minutos después, bajo el telón. Respiro aliviada –profundamente, pero sin disimular-, pero en el pecho me duele saber que la función debe continuar.

Raccord dijo...

uy! Eras vos la que me seguías? Que bueno compartir contigo la admiración por las fragancias de imitación!